Final - Ludwig

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Ludwig, al igual que Arthur, no hizo mucho durante las primeras semanas de la restauración. Sin embargo, a diferencia del inglés, él había sido un soldado de infantería y no tenía hobbies per se que lo mantuvieran fuera del aburrimiento. Tampoco había sido policía como para encargarse de la seguridad de Belafari. Se encargó por un tiempo de entrenar a los aspirantes a dicho trabajo, pero con los meses ya no quedaba gente a la que entrenar y regresó a la incertidumbre de qué hacer con su tiempo libre.Visitaba a su herrmano algunas mañanas, y se pasaba algunas tardes en el taller de Feliciano, conversando con el italiano.

(T/N) y otro grupo de personas intentó darle ideas sobre qué hacer en varias ocasiones. Algunos propusieron que abriera un gimnasio, pero él rechazó la idea diciendo que no le resultaba apetecible. Alguien preguntó si nunca había sido bueno para algún tipo de trabajo manual, y el alemán pareció tratar de recordar.

-Bueno, mi padre tenía una relojería. -dijo al cabo de un rato.- Solía ayudarle con el trabajo, ya que Gilbert nunca fue bueno con ese tipo de cosas.

-No sé ti te habrás dado cuenta, Ludwig, pero no hay relojes en todo Belafari que funcionen. -comentó la (nacionalidad), y todos los presentes parecieron recién caer en cuenta.

-Eh, ¿no? -se confundió el mayor de los hermanos de Blend.- Pero los chicos de la radio pasan la hora...

-Sí, porque uno de ellos es hijo de un ex-marine, sabe leer la hora mirando el cielo. -lo miró ella.- Y todos los demás sólo escuchamos sus reportes y asumimos eso como la hora oficial.

El alemán se quedó pensando tras la reunión, al parecer considerando la idea.

Sin embargo, Ivan -en medio de su propia crisis de aburrimiento- logró activar las computadoras y acceder a internet junto con su improvisado equipo. Y como dichas computadoras podían decirte la hora satelital, Ludwig pareció resignarse ante la idea de que tendría que encontrar un nuevo pasatiempo.

-Pero, ¿en serio crees que la gente va a encender sus computadoras solo para ver la hora? -cuestionó (T/N) la tarde en la que Ludwig dijo que buscaría pasatiempo nuevo.- Tampoco es que tengamos un abastecimiento eléctrico lo suficientemente potente como para que todos en la ciudad se puedan permitir hacer eso. Además, -añadió sin percatarse de la expresión sorprendida del alemán.- los teléfonos celulares aún no funcionan.

El primer reloj que Ludwig armó por su cuenta fue un precioso coo-coo de madera que acabó colgado en la pared de la sala de la (nacionalidad).

-Eh- ¿Estás seguro de que puedo quedármelo? -preguntó ella, asombrada por la perfección del artefacto y la cantidad de tiempo y trabajo manual que debió ser invertida en hacerlo.

-No me habría decidio por hacerlo si no me hubieras convencido de que aún no son obsoletos. -asintió él, serio como siempre.

Cuando Elizabeta descubrió el reloj en la pared de (T/N) decidió que también quería uno para su sala. Con la decisión de la húngara la gente en la ciudad comenzó a tener curiosidad por lo que hacía el alemán, y no pasaron muchas semanas antes de que el negocio de los relojes comenzara a atraer turistas de todos lados.

Arthur mismo volvió con el boom, y con él llegaron viajeros de cada vez más lejos.

Con el crecimiento del negocio, Ludwig fue capaz de obtener mejores y más materiales y herramientas para trabajar. Probó suerte con los relojes de muñeca, y el primer modelo se paseó por toda la ciudad en la mano del orgulloso albino.

No tardó en recibir peticiones para esos modelos también.

Si bien le iba increíble y ya no se aburría, la (nacionalidad) no pudo evitar sentir que, al ser su único pasatiempo, el alemán no hacía otra cosa que no fuera trabajar. Y era feliz con eso, ella lo sabía; pero por más que te guste un trabajo tener ochenta pedidos para el mismo mes de algo que requiere tanto tiempo llega a ser agotador.

Agua, por favor [Hetalia]Where stories live. Discover now