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Despierta de golpe cuando siente ahogarse. Le han echado un jodido balde de agua fría encima. Su vista sigue siendo obscura y no puede mover sus labios, ¿es cinta adhesiva? Hace el amago de mover sus manos. No es estúpido, enseguida sabe que está atado. Sus pies también se hallan inmóviles y la silla lastima sus brazos.

La desesperación lo arrastra, gritar se le hace imposible. Sólo salen gritos ahogados por lo que sea que tenga sobre la boca y forcejea en un intento fallido de escape. No hay nada que pueda hacer, no tiene salida.

Lo más primordial llega a su mente luego de un rato de haber desistido; Ray. En sus jodidos veintidós años se había sentido tan vencido, o así de débil. Parece que ha estado días atado a esa silla, tanto que la locura ahora está empezando a tomar lugar, porque no está solo ahí.

Puede oír otras voces, más gritos ahogados, forcejeos. Él no es el único, y si Ray se encuentra ahí, entonces no son sólo ellos dos. Hay más personas en donde quiera que estén. Y la desesperación regresa.

— ¡Basta! —escucha a alguien gritar. Voz desconocida más no poder ver una mierda es igual a Frank cagado hasta el culo. Es por eso que siempre le dejaba los planes a Raymond, él sólo se ocupaba por llevarlos a cabo. Vamos, era pequeño. Podía caber en ciertas partes que su amigo el puertorriqueño no podía. Por algo se complementaban.

La estruendosa voz ha hecho eco en el lugar, paralizándolo. Pero no sólo a él, sino que al resto también, porque de inmediato los gemidos y gritos ahogados cesan, dándole paso a jadeos descontrolados. No quiere saber quiénes son, no quiere saber qué hacen ahí. La idea de estar fuera de su zona de confort nada más le aterra. El sólo imaginarlo lo aterra.

—Silencio, todos —la misma persona vuelve a hablar y ahora suena más calmada. Sus sospechas se confirman; hay más personas en la habitación. Se estremece, pero todos callan, él no es la excepción. Podrían matarlo ahí mismo de sólo abrir la puta boca—. Quitaremos las bolsas de sus cabezas, pero si no hacen silencio, le volaremos dicha cabeza.

Silencio. Es todo lo que puede presenciar, y agradece. Agradece que nadie sea tan hijo de puta como para llevarle la contraria al imbécil que los amenaza. Él tipo que hasta ahora ha hablado sonríe, y lo sabe porque casi puede escucharlo. Una risa maliciosa, algo que no le es costumbre y que le revuelve de por sí la consciencia. Este lugar dejó de ser Jersey hace un buen rato.

Alrededor de lo que cuenta como 7 minutos y 24 segundos, los pasos se oyen a lo lejos y luego siente unas manos sobre sus hombros. Su cabeza palpita al ritmo de su corazón, puede asegurar que tiene todas las invisibles venas de su frente marcadas y que la respiración dejó de ser normal al tercer minuto. Siente las manos ahora por su cuello y cuando menos lo espera, unas luces amarillas y lúgubres lo ciegan parcialmente.

El olor a kerosene lo marea de inmediato, pero puede estabilizarse. Detesta a todo y todos en este preciso momento, nadie sale de su alcance. Odia sentirse débil, y es lo que estos tipos están logrando.

—Estarán de frente a nosotros —dice la misma voz que aún no puede darle un cuerpo, mirar hacia los lados se le hace casi imposible, un simple movimiento como ese le mata la cabeza con mil cuchillos siendo enterrados en él—. Y en silencio, de lo contrario saben lo que pasará.

Cierra sus ojos, sólo para poder procesar todo lo que el hombre está diciendo. Ni siquiera a Ray lo ha escuchado hablar con tanta malicia cuando está enfadado. Y su amigo suele enfadarse bastante. Aunque el hombre no parece enfadado, sino... Malo, suena malo. En todos los aspectos; malvado.

Alguien gira su silla a ciento ochenta grados, haciendo a su cabeza mecerse de lado a lado. El aire y la alegría invade su interior al ver su mejor amigo a un lado de él, igual de aterrado, pero juntos. No tienen idea de qué demonios pintan estando ahí, o para qué están. Con el sólo mirarlo sabe que tiene demasiadas preguntas que deben ser contestadas, y él no piensa diferente.

stealers game › frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora