XXXIX

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            Frank cierra la puerta del auto con un portazo, soltando un gruñido a la par. Puede jurar que en cualquier momento botará espuma por la boca de toda la rabia que esta situación le está causando. Tuvo que pedir permiso para salir del trabajo por una llamada que, a según, era de emergencia.
Sólo le pareció increíble y sumamente irónico el estar recibiendo otra de esas llamadas nada más que para escuchar todo aquello que no desea, pero al final es él quien tiene que salir como el héroe de la historia porque simplemente no hay nadie más que pueda hacer algo al respecto.

Se acomoda la chaqueta sobre los hombros a pesar de que está haciendo un calor de puta madre y camina decidido a las puertas dobles de la estación de policía. Personas entran y salen, sin detenerse en ningún momento. Ignora el ambiente y cualquier rostro extraño que se le cruce. Gira a la derecha y con la palma golpea el escritorio del oficial.

— ¿En dónde está? —suspira, con el ceño fruncido en notorio enojo. El tipo de uniforme alza una ceja.

— ¿Y el dinero?

Frank chasquea, fastidiado.

— ¿Te vas a poner con esa mierda ahora? En tu puta cuenta bancaria, Bryar —espeta impaciente—. Ya déjate de idioteces y dame a la niña.

El barbudo ojiazul rueda los ojos, saca las llaves de un cajón de su escritorio y con una seña llama a alguien. Una mujer también uniformada llega a ellos, el oficial le dice lo que tiene que hacer, ella asiente y luego le pide a Frank que la siga.

—Frank —lo llama Bryar, Frank se gira, acariciando su mejilla interna con la lengua—, es momento de que le pongas carácter a esa niña, ¿sabes? No es posible que se la pase metida aquí.

Frank mira al barbudo con incredulidad, su semblante se relaja y ríe amargamente. Sin moverse de donde se quedó parado, humedece sus labios.

—Cuando dejes de ser un borracho de mierda, tomaré en cuenta tus opiniones de mierda, mientras tanto, evita decir tanta mierda para que veas cómo poco a poco dejas de ser tan mierda —sonríe—. Pedazo de mierda.

Y dejando a Bryar con la rabia en la garganta camina por los pasillos que, desafortunadamente, no son desconocidos para él, pero prefiere seguir a la oficial en lugar de ir por sí solo. Después de todo, no sabe con qué se puede encontrar en el camino.

Se detiene cuando la oficial lo hace. No la recuerda, quizás es nueva, tampoco le importa. Con un gesto neutro la mujer lo ve y suspira.

—Usted sabe que no es la primera vez que su hija está aquí, ¿cierto? —Frank no tiene la menor idea de cómo sabe eso, pero le asiente mostrándose consternado ante la ganas de irse de ahí.

—Cuando me llamaron no me informaron demasiado, ¿le molestaría...? —mueve sus manos, la oficial asiente.

—Cargo menor, otro robo en la tienda que había robado anteriormente, por lo que sé. Pero al no ser la primera vez que ella roba ahí, el dueño la conoce. Quiso pasar desapercibida junto a un grupo de otras ocho personas, pero el dueño no tardó en llamar en cuanto la reconoció —explica la mujer con tranquilidad, pero Frank está lejos de sentirse igual. Está a sólo unos pasos de comenzar a gritar con completa histeria—. El asunto es, señor Iero, que su hija es una menor de edad. Una muy menor de edad —Frank cierra los ojos ante el énfasis, absteniéndose a restregarse el rostro con las manos.

»Discutiendo hace unos minutos con el jefe llegamos a la conclusión de que si esto sigue... —la oficial suspira—, ella será mandada a una correccional lo más pronto posible.

Con un suspiro pesado, Frank carraspea, apretando la mandíbula. Pronto las palabras del gordo Bryar toman sentido, pero él no es el jefe y osa de meterse en asuntos que no le incumbe frecuentemente. Sin embargo, la oficial habla con seriedad y Frank comprende. Sólo no sabe qué demonios hacer y eso, ahora, es lo que está comenzado a desesperarlo.
  
El tatuado suspira.

stealers game › frerardWhere stories live. Discover now