XVII

250 32 24
                                    

                        "La presión es algo difícil de tolerar" se dijo una vez. Sobre todo si estás encerrado obligatoriamente en un lugar en donde claramente no deseas estar. ¿Pero qué pasa si de pronto te acostumbras? Te acostumbras a ver cierto rostro cada mañana, o cada noche, antes de acostarte a dormir. Rostros genuinos, rostros que aún no aceptan su realidad, rostros que desearías ver todo el tiempo. Todo se veía más fácil estando fuera de ahí, pero dejó de creerlo después de un tiempo. Era grandioso saber que para sentirse bien no tenía que ingerir una cantidad prolongada de antibióticos, o hacer que una aguja atravesara capas de su piel y de sus venas para poder conseguir el añorado alivio, o con manos temblantes dejarle a la nicotina hacer su trabajo. Era grandioso saber que una pequeña voz puede llegar a ser suficiente, incluso el color verde en un par de orbes. Todo va más allá de lo que pudo imaginarse. Entonces todo eso parecía desvanecerse cuando tomaba el mango de una pistola. Nuevamente la voz de Danger le estremece. Ella no quiere que la utilice, entonces no lo haría. La dejaría puesta en su lugar y se marcharía, porque ella se lo pide.

Pero no puede. No puede soltarla. Está pegada a su mano y por más que lo intente, ésta no cae al suelo. Escucha gritos, llantos. Hay una pared de metal y alguien golpea dicha pared con sus puños. Está diciéndole algo, pero no puede entenderle. Siente su cuerpo caluroso bajo la chaqueta de cuero, tampoco puede respirar del todo bien. Desciende su vista al arma en su mano antes de darse la vuelta. Su visión borrosa identifica a Gerard atado a una silla con su boca sellada en cinta adhesiva, forcejeando para escapar. Pronto su respiración se regulariza, deja los hombros caer, apunta al frente, y quitando el seguro presiona el gatillo.


— ¡Frank!

Respinga sobre la cama, notando a Danger respingar de igual manera lejos de él. Se percata de su rostro sudoroso y de sus manos temblorosas. La castaña le mira con preocupación, buscando indicios de bienestar en sus expresiones. Levantando su mano a Danger, parpadea rápidamente.

— ¿Sólo una pesadilla? —cuestiona.

—Sólo una pesadilla —Danger asiente, acercándose cautelosamente hacia él, como si cualquier movimiento brusco fuese capaz de asustarlo. Él repite sus palabras entre susurros y acepta el abrazo que ella le ofrece. Se permite cerrar los ojos para serenarse, una vez lo cree suficiente Danger se aleja y deposita un beso en su frente, restándole importancia a su transpiración. Ella vuelve tomar distancia de él, dejándolo recorrer el espacio con su mirada.

— ¿Paredes? —arquea una ceja, la rizada sonríe. Le hace sonreír también— ¿Parte de las cinco ventajas?

— ¿No malgasté? —frunce su nariz. El tatuado suspira bajando los hombros, se deja caer de espaldas contra el acolchado y suelta una risita.

—Para nada, kid.

Danger sonríe ante el nuevo apodo asignado por el avellana.

—Genial. Ahora, arriba. Billie me dijo que te buscara. Todos... está... están en... abajo —despeina su abundante cabello—. ¿Cómo se llama de nuevo?

— ¿Sala de entrenamiento? —él frunce su entrecejo, Danger chasquea con los dedos.

—Eso. Hay que ir.

— ¿Por qué no me buscó antes? —bosteza, restregando su rostro. La chica suspira.

—Porque te quedaste hasta tarde con... con la cosa de los códigos —encoje un hombro—. Dijo que estaba bien si... dormías más. Porque lo merecías, o... eso es lo que pienso.

Frank ríe nasalmente, negando por lo bajo.

—Gracias, kid, me ducharé y te veo allá abajo.

stealers game › frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora