Capítulo 13

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Cuando era niña siempre pasábamos la navidad donde los abuelos, toda la familia iba y llevaba algo que comer, algunos tíos se turnaban durante los años y se vestían de Santa Claus, lo cual era divertido porque nosotros, a pesar de que lo sabíamos ...

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Cuando era niña siempre pasábamos la navidad donde los abuelos, toda la familia iba y llevaba algo que comer, algunos tíos se turnaban durante los años y se vestían de Santa Claus, lo cual era divertido porque nosotros, a pesar de que lo sabíamos fingíamos que no nos dábamos cuenta de nada. Cuando cada miembro comenzó a mudarse, la familia dejó de reunirse en casa de los abuelos, y viajábamos a casa de la tía Elizabeth o del tío Max, pero ese año fue diferente, fue una navidad que nunca olvidaré.

Cada miembro de la familia estaba ayudando en algo —excepto Charlotte, ella estaba pintándose las uñas—. Mamá estaba en la cocina junto a la tía Meredith y la abuela haciendo los postres, a ellas siempre les había fascinado cocinar juntas. La pequeña y espaciosa casa estaba decorada con adornos azules y blancos, en la chimenea estaba colgando las botas de todos y el enorme árbol que habían comprado esa navidad estaba casi listo.

—Vamos Lottie —suplicó Toby a Charlotte—. Ayúdame a hacer un muñeco de nieve.

—Deja de llamarme Lottie. —Gruñó—. Y largo, no ves que estoy ocupada. —Enseñó sus uñas pintadas e hizo un ademán con la mano para que se marchara—. ¡Largo!

Todos estábamos observando la escena. Toby miró por última vez a Charlotte y salió de la casa con sus ojos llenos de lágrimas y cabizbajo. Él no era hijo biológico de la tía Meredith, ella lo había adoptado ya que no podía tener más hijos. Y eso era motivo suficiente para que Charlotte lo tratara mal y humillara.

—No lo trates así —exigió el tío Joshua con rabia en sus palabras—. Él solo quiere jugar con su hermana.

Charlotte soltó una carcajada.

—Ese niño —lo señaló a través de la ventana—. No es, ni será nunca mi hermano.

Se levantó y salió de la sala.

—No sé a quién salió esa niña —confesó la tía Elizabeth—. Es tan cruel con su familia, sea o no sea de sangre.

—Nunca va a cambiar —añadió papá—. Ya tiene diecinueve años y se sigue comportando como una niña pequeña.

—Cariño —musitaron a mi lado, cuando giré, era mamá con una bandeja—. Llévale esto a tus primos y a tu abuelo, afuera está haciendo mucho frio.

Asentí con la cabeza y tomé la bandeja, para salir de casa. Una pequeña ráfaga de viento me golpeó directamente en el rostro, mi cuerpo se estremeció un poco y caminé hasta donde estaba el abuelo junto a los gemelos colgando las luces.

Cada uno tomó una taza y me agradecieron en un susurro, los gemelos tenían la nariz roja y las mejillas igual, además de que de vez en cuando los dientes les titiritaban del frío.

—Son unos flojos —dijo el abuelo riendo entre dientes—. En mi época, mi padre siempre nos enviaba a limpiar el patio de nuestra casa, además, también limpiábamos los de las vecinas, así ellas nos daban comida por agradecimiento. Y, aunque hacía mucho frío y nuestros dedos y narices se congelaban, nosotros lo hacíamos con gusto. Todo fuera por la comida que no era de mi padre. —Hizo una mueca—. Él no era el mejor cocinando.

El recuerdo de un amor ©Onde histórias criam vida. Descubra agora