Capítulo 61

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Todos tenemos a esa persona que nos hizo mil pedazos y nos dijo ahora constrúyete.

—Beret —Cóseme.

Cuatro días, cuatro eternos días transcurrieron y ella no despertaba, no encontraban a Arthur, Paige y Marcus

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Cuatro días, cuatro eternos días transcurrieron y ella no despertaba, no encontraban a Arthur, Paige y Marcus. Tres noches llenas de lágrimas y gritos por las pesadillas, tres noches llenas de oscuridad; solo cuatro días habían pasado y se sentía como si hubiera transcurrido un siglo.

El dolor, asco y menosprecio eran grandes e infinitos. No podía verme en un espejo, el que estaba en el baño de mi habitación terminó partido en miles de pedazos. No dejaba que mis abuelos —quienes habían llegado de Ashland— me vieran durante mucho tiempo, el dolor y la tristeza en sus ojos me hacían sentir aún más miserable de lo que ya me sentía.

En frente de la casa seguía la patrulla de policías vigilando, observando quién entraba y quién salía de la casa, en las noches mamá o papá iban y les llevaban cafés. Solté un pequeño suspiro y me acomodé en el suelo, me encontraba acostada en el suelo del patio trasero, debajo de un árbol. Entrelacé mis dedos y los dejé descansando encima de mi estómago, tenía los ojos cerrados, y el sonido de las ramas del árbol moviéndose con el aire era relajante. La abuela y mamá habían dicho que me haría bien salir al menos al patio a recibir algo de sol, y aunque no quería hacerlo; lo hice.

El día anterior había ido a una psicóloga, no logré avanzar, no logré contarle mucho, en realidad, no le conté nada. Me quedé en silencio mientras que las horas pasaban, mirando como las manecillas del reloj iban lento. Sé que estaba intentando ayudarme, sé que me querían ayudar a salir del hueco en el que me encontraba, pero no quería hablar sobre lo ocurrido, solo quería olvidarlo.

No puedes seguir adelante si no aceptas lo que ocurrió, si no dejas salir todo lo que sientes.

Fue una de las cosas que la mujer dijo, pero, sabía lo que me había ocurrido, sabía lo que había pasado, pero no quería recordarlo, no quería volver a ese día, y ¿qué debía dejar salir? ¿Lágrimas? Eso lo hacía todos los días, todas las noches, y no sabía de dónde salían tantas, no sabía cómo era posible que no se acabaran.

Y la verdad, es que quizás no quería ser ayudada, la verdad, era que estaba demasiado cansada como para luchar, estaba exhausta.

—Lía —escuché a la abuela pronunciar con delicadeza mi nombre.

—¿Sí? —susurré con los ojos cerrados y sin moverme.

—¿Me acompañas un momento?

Abrí los ojos y giré la cabeza para verla. Sus manos estaban a cada lado de su cuerpo, sus ojos no me observaban con tristeza o con dolor, tal y como me miraba desde que había llegado dos días atrás, quizás seguían allí, pero estaban ocultas. Su mirada era una de ternura y cariño, y una pequeña sonrisa se estaba dibujando en sus labios.

El recuerdo de un amor ©Where stories live. Discover now