Capítulo 46

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Multimedia: Sofia Karlberg - Shameless

Mi vida no tenía sentido, todo lo que en algún momento quise, todo con lo que había soñado había perdido su sentido por completo, la persona que era en ese momento no era nada en comparación de mi yo pasado, y el vacío que sentía en el pecho era t...

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Mi vida no tenía sentido, todo lo que en algún momento quise, todo con lo que había soñado había perdido su sentido por completo, la persona que era en ese momento no era nada en comparación de mi yo pasado, y el vacío que sentía en el pecho era tan grande, que me costaba creer que tenía un corazón en mi pecho en vez de un hueco.

No me sentía como una persona, sino como un objeto, algo que utilizas y luego desechas, algo que puedes romper muchas veces y luego intentar repararlo sin notar las grietas y pedazos faltantes.

Sentía que mi vida ya no me pertenecía ni tenía algún valor, porque por más que lo hubiera intentado, Arthur había robado todo mi brillo, me había llenado de miedos e inseguridades.

Muchas personas pueden decir: pero sabías que era malo, no escuchaste a los que te querían ayudar, solo los alejaste, eres estúpida, y más blah, blah, blah. Y si, sabía que él era malo, también están en lo correcto de qué no escuché y alejé a las personas que querían ayudarme, pero, en mi mente tenía la idea que podía cambiarlo, quería intentarlo y ese fue un error.

Una persona no cambia por otra, y si lo hace, significa que no cambia porque quiere, sino porque debe.

—¿Niña? —inquirieron.

Parpadeé varias veces y giré mi cabeza hacia la voz, en mi campo de visión entró una mujer mayor, tenía un carrito de compras y me miraba algo ansiosa. Me recordó a mi abuela, tenía tiempo sin saber de ella y me preguntaba cómo estaría ella y el abuelo.

Hubiera dado todo por tomar su chocolate caliente y estar con ellos.

—¿Podrías pasarme dos latas de sopa de tomate, por favor? —preguntó, señalando con su dedo índice hacia la cima del estante que estaba justo en mis narices.

Asentí en respuesta, me coloqué de puntillas, estiré mis brazos y tomé las dos latas, para luego colocarlas en el carrito de compras de la mujer. Ella me sonrió y agradeció, para luego seguir con sus compras, seguí con la mirada su figura hasta que dobló en un pasillo y se perdió de vista. Solté un suspiro y seguí también con mis compras.

¿Me podía ir en aquel momento?

¿Podía huir?

No lo podía hacer. Él había utilizado la carta del chantaje y no era tonto; era todo lo contrario a la palabra. Había empezado a vigilar cada movimiento, cada paso, cada acción que realizaba. No podía salir del apartamento a menos que él estuviera conmigo, tampoco dejaba que Jazz me visitara o me dejaba hablar con ella, siempre me vigilaba, me controlaba.

Era una marioneta, solo un objeto ante los ojos de él.

Pagué las compras y salí del supermercado con las bolsas en las manos, el sol del atardecer chocó contra mis ojos y los tuve que entrecerrar para adaptarme a la luz, el viento movía hacia los lados el cabello que estaba recogido en una cola alta.

El recuerdo de un amor ©Where stories live. Discover now