No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
Ni siquiera recuerdo que día era, pero recuerdo perfectamente cada cosa que tenga que ver con ella, con Lesly. Estaba ahí, sentada en la mesa; sola, tan silenciosa y tan distante, tan desapercibida y a la vez tan notoria. Ella no se daba cuenta de todo lo que causaba a su alrededor y hasta parecía que se escondía de las personas y del mundo, quizá para todos era solamente una joven más, pero para mí era más que solo una chica. Era la mujer más hermosa que mis ojos habían visto en los últimos meses. Su cabello castaño ondulado caía en cascadas por sus hombros, me acerqué un poco solamente, pero el necesario para descubrir que sus ojos parecían dos grandes avellanas. La miré fijamente sin disimular mi encanto al descubrirla y en cuanto notó que la observaba pareció un poco avergonzada, desvió su mirada y tomó un sorbo de café luego se puso en pie; caminó hasta la puerta de salida y se marchó a prisa, como si estuviera huyendo de algo tan tenebroso de lo que yo no me había dado cuenta. Me senté en la mesa donde ella había estado y descubrí que su taza estaba casi llena, comprendí que la había asustado, no supe disimular que quedé extasiado con su belleza. Era la única respuesta que encontraba a su manera de escapar y aún más al no haber sido capaz de terminar su café, se supone que aquella es la mejor cafetería de la ciudad. Además una taza de café no es cualquier cosa como para abandonarla sin terminar de degustarla, ya decía yo que el café es como bebida de dioses. Por un largo rato siguió en mi mente igual de callada, pero acompañándome mientras disfrutaba del aroma y del sabor de aquella rica bebida a la que era ya adicto.
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