No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
Sus ojos eran como dos listas luciérnagas que iluminaban todo a su alrededor y yo, aquel bosque oscuro necesitado de un rayo de luz. Cada vez que la veía me perdía entre la fina línea que separaba sus suaves labios y me ahogaba en la comisura al final de los mismos, me gustaba cuando los pintaba de aquel bonito rojo vino, puesto que al sonreír sus blancos dientes hacían el más agradable contraste con su boca roja. Lesly era un lago de emociones sin fin y yo navegaba al filo de lo poco que me dejaba conocer, no me atrevía a ir más adentro, tenía el mismo miedo de siempre; aquel miedo que bien conocía y que se robaba la libertad de poder amar como me hubiese gustado amar a aquella mujer, ¡oh mi dulce y tierna Lesly! El tesoro escondido que llegó a mi de repente sin saber que aún le faltarían días a mi calendario para quererla como era debido.
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