No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
Más que entregarle mi cuerpo, le entregué mi alma. Sus dedos acariciando suavemente cada centímetro de mi piel se vuelven necesidad al recordar tan hermoso momento y no hablo del sexo sino de la magia que nos entregamos uno al otro. Pertenecernos fue desnudar, pero no nuestros cuerpos sino más bien nuestras almas vacías que se llenaban con cada beso y con cada rose piel a piel. Sus ojos depositaron todo su brillo en los míos y cada segundo que pasaba era como apreciar lo más divino que ya no existe en el universo. Cada palabra que salía de nuestros labios hacía eco en nuestros corazones pues nos confesamos aquello que nunca antes nos habíamos dicho. Fue el momento más especial que puedo recordar de nosotros dos. Aquel instante donde cruzamos esa línea que sin planearlo logramos alcanzar.
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