No sabía cuan grande era mi capacidad de amar hasta que me enamoré de ella, pero no podía dejar que descubriera mis sentimientos. No estaba preparado para ser el hombre que toda mujer necesita.
De algún modo ya estaba enamorado de la libertad y eso...
Yo no comprendía a que jugaba el destino. La espera de volver a coincidir se me hizo eterna y justo cuando me dí por vencida, llegó de nuevo ese momento en que ambos pudimos decir más que simplemente hola. Después de un par de semanas volvimos a coincidir; el clima estaba frío y por tal razón me limitaba a salir, aunque moría de ganas por verlo no quería terminar internada en un hospital nuevamente, quedé con mucho miedo desde la última vez que enfermé. Sin embargo una tarde me animé a salir de casa, fui a la cafetería aunque en realidad debí ir al supermercado o a cualquier otro lugar, al final solo se me antojó café. Entré y como ya era costumbre tome asiento en la misma mesa y ordené; disfruté cada sorbo y me embriagué con el aroma de aquel líquido caliente. Mientras pensaba en porqué la gente dice quiero un café bien negro; es decir a quien se le ocurrió nombrar café al café si en realidad es de color negro, se fue poniendo el sol y observé como se hizo oscuro, en mi interior me inundaba la tristeza por no volver a verlo, me sentí decepcionada y decidí volver a casa. Cuando salí comenzó a caer rocío de lluvia me apresuré ya que no había llevado más que un abrigo y no quería que la tormenta me cogiera en el camino. Y de pronto todo pasó; bastaron solo unos segundos para que las cosas girarán a mi favor. Una calle complicada, las gotas finas de agua y un encuentro nada casual. Tropezamos sin querer y antes de caer él me sostuvo de la cintura, con su rostro lleno de vergüenza me pedía disculpas una y otra vez. Y justo en ese momento decidimos presentarnos. —Me llamo Sebastián —Soy Lesly.
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