Capítulo 4

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Golpeé suavemente con mis nudillos la puerta del aula donde los profesores de la academia se presentarían y nos darían una charla. Solo esperaba que la charla no sea de esas que te dan ganas de dormir. Además nos darían nuestros nuevos uniformes y horarios el cuál tendríamos que tomar las clases.

La puerta fue abierta por una mujer de aproximadamente cuarenta años. Me examinó de pies a cabeza con unos ojos oscuros y calculadores. Cuando nuestras miradas se conectaron habló.

—¿Cómo te llamas? —su voz era dura.

—Maiana —iba a contestarle, pero la voz de la señora Marina me interrumpió.

Marina era la mano derecha de la directora. Aparentaba treinta y cinco años. Parecía muy joven como para ser algo así como "codirectora". Tenía cabello rubio ondulado que llegaba un poco más abajo de sus hombros, ojos verdes y los rasgos de su rostro eran finos y delicados.

Miré por encima del hombro de la señora mirada dura, sin lugar a dudas Marina se encontraba allí. Me sonrió, a lo que yo le sonreí de vuelta.

—Bianca, ella es Maiana, la chica de Madrid —le habló. Así que la señora de mirada dura se llamaba Bianca.

—Alteza, ella ha llegado tarde —¿alteza?. Arqueé ambas cejas—. La impuntualidad es inaceptable —siguió hablando Bianca, mientras me fulminaba con la mirada.

—Solo ha llegado cinco minutos tarde —rodó los ojos Marina. Fijó su mirada en mí—. Adelante Maiana, todavía no hemos comenzado.

Le sonreí agradecida. De mala gana Bianca se hizo a un lado para yo poder pasar. El aula era mucho más espaciosa que en mi antigua academia. El techo estaba extremadamente alto, las paredes estaban pintadas de rosa pastel y, decorandolas, unos cuadros de distintos bailarines y bailarinas. A lo largo de la pared opuesta a la puerta ésta estaba revestida con grandes espejos, y como en todas las aulas de baile; el piso era revestido de madera.

Todos giraron hacia mi dirección en cuanto entré, miradas curiosas y arrogantes fueron lanzadas hacia mi persona. Miré hacia el frente del aula, dónde aproximadamente treinta profesores -o eso suponía- se hallaban. Me coloqué detrás de una chica rubia, ella me miró sobre su hombro dedicándome una mirada socarrona con sus ojos azules. Arqueé mi ceja derecha retándola con la mirada.

—Atención —habló Marina. La chica apartó su mirada de la mía para centrarse en Marina—. Como verán, la directora de la academia no pudo presentarse. No quiero dar la típica charla de bienvenida que a muchos les aburre —dijo lo último con diversión—. Por lo tanto presentaremos a los profesores, como las encargadas de su vestuario —señaló a una mujer de estatura media y delgada, cabello azabache y ojos cafés—. Ella es la profesora que se encargará de crear cada coreografía...

Luego de haber presentado a los treinta profesores y las cuatro mujeres encargadas de vestuario, prosiguió con los uniformes. Para las chicas era nada mas y nada menos que mallas blancas, tu-tú rojo y leotardo color negro. Nada de otro mundo. La academia contaba como internado y colegio. Dónde las clases como cualquier otro colegio comenzaban a las 8 a.m y terminaban a las 1 p.m. Luego de una hora de descanso, las clases de ballet comenzaban a las 2 p.m y terminaban a las 8 p.m. De lunes a viernes era ese el horario. Los sábados teníamos solamente clases de ballet a las 9 a.m hasta las 4 p.m.

La ballerine (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora