Capítulo III - ¿A dónde voy?

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Todo se encontraba desapareciendo frente a sus ojos. El camino que en algún momento se dibujaba vasto poco a poco se tornaba angosto y hasta algo asfixiante. Im Nayeon no entendía que a su alrededor iba dejando un aura lleno de incertidumbre y desconcierto. No importaban las personas que se cruzaban en su camino, o aquellas que la conocían y tenían a bien brindarles un saludo o tan siquiera, un gesto amable de despedida; ella tenía la mirada fija en aquél portón que le brindaría, al parecer, la tranquilidad de no lidiar más con lo que ella consideraba una molestia, cuando lo que realmente sabía era que lo peor estaba a un solo instante de llegar.

Dejó los prejuicios, como siempre lo hacía. Dio con el invierno severo de aquel entonces, y en una caminata tan lánguida como ninguna otra, se dispuso a hablarle a sus adentros como si de un diario se tratase.

— ¿Qué rayos me pasa? ¿Otra vez acudiendo a esto, Im Nayeon? Me temo que si continúas así, todas tus oportunidades estarán acabadas. Y sí, estoy recién comenzando. ¡No quiero regresar! ¡No quiero! ¿Por qué rayos tuve que salirme de clases? ¡¿Por qué?!

Nayeon seguía caminando de una manera tal que parecía no querer avanzar, como mirando hacia atrás y lamentándose del presente que la albergaba. La nieve caía más pesadamente, y al mismo tiempo ella fundía los ojos en cada pisada que daba. Estaba ya cerca de su casa.

Recuerdo bien este camino, este pasaje, esta esquina... ¡todo en mí estaba escrito! Sí, yo lo sabía muy bien. ¿Por qué tengo que adaptarme a lo que no deseo hacer? ¿Por qué la gente siempre tiene que seguir un régimen, un estatuto? ¿Por qué simplemente hay personas que hacen y deshacen sin medir las consecuencias de lo que ello implica?

En eso, Nayeon contempla la imprevista llegada de una silueta tan familiar para sus ojos, y que el horizonte bañado en niebla y viento no era pretexto para que no se diese cuenta.

¡Rayos! ¿Acaso no desayunaron aún?

Se trataba de su madre. Nayeon rápidamente se dispuso a esconderse detrás de un poste cercano. Al alejarse, ella meditó un poco acerca de cómo llegar a casa e ingresar a ella sin llamar la atención, pero todo fue en vano, ya que...

—¿Hija?

— ¿Eh? ¿Quién puede...?

—Hija, ¿qué haces detrás del poste? ¡Te estoy hablando!

— ¿P-Padre?

Nayeon giró la mirada mientras veía a su padre con unas bolsas grandes llenas de productos que daban la impresión de ser traídos de un supermercado.

—Creo que nos debes una explicación.

—No creo que tenga que explicarles mucho, padre. Solo dej-...

—Vamos a la casa. Aquí no intentes explicar nada.

El semblante de su padre no era el que uno esperaría ver al momento de ver a su hija llegar de la escuela un día como cualquier otro, sin embargo, el semblante de Nayeon tampoco era el que uno esperaría ver al momento de ver a su padre.

—¿Dónde compraste todas esas cosas? ¿Crees que es necesario para solventarnos al menos esta semana?

—No digas nada y avanza. Creo que no estás en posición de juzgar esta vez.

—¿Esta vez?

—Sí, así es.

—Aunque sea déjame decir una pregunta, ¿no?

—Adelante, puedes decirla.

—Bien. Si es que ustedes salieron juntos a hacer estas compras, ¿por qué no vienes con mi madre?

—Es sencillo: no quiso acompañarme, realmente.

Pues la entiendo.

—¿Dijiste algo?

—No, nada, padre.

—Límpiate los zapatos antes de entrar.

—Eso ya lo sé.

La escena se presentaba más helada que el mismo invierno. Nayeon sacudió sus zapatos antes de entrar, tal y como se lo había pedido su padre, y él, a su vez, dejó las bolsas de compras en la mesa del comedor, su casaca al lado de una silla, y decidió sentarse en el amplio sillón de la sala, que daba con el televisor.

—Siéntate, por favor.

—Espera, ¿no vas a ver a mi madre? ¿Por qué no dejaste las bolsas en la cocina?

—No trates de escabullirte en temas ajenos a lo que te comprometen ahora, jovencita.

—¡Quiero ver a mi madre!

—¡Primero siéntate y hablemos!

—¡No quiero!

—¡Espera, Nayeon!

Nayeon fue corriendo hacia las escaleras que daban con el segundo nivel de su casa, lugar donde se encontraban los dormitorios. Corriendo con una velocidad impresionante, y sin importarle los gritos desaforados de su padre que la seguía con un aura notoria de desesperación, se dirigió al dormitorio de su madre. Ni siquiera le dio tiempo para tocar la puerta y así cerciorarse de que se encontrase ahí, solo atinó a golpear la puerta como pudiese, y en uno de esos tantos intentos...

— ¡Madre! ¡Estás aquí! ¿Estás bien?

—¡Nayeon! ¡¿Qué te dije?! ¡Ven aquí!

—¡Nooooo! ¡Suéltame! ¡Suéltameeeee!

El padre de Nayeon había llegado al dormitorio donde supuestamente se encontraba su esposa, sujetó fuertemente a su hija de los brazos, como no permitiéndole acercarse más, sin embargo, y luego de una lucha que parecía ser interminable...

—Tu madre no está aquí, Nayeon.

—¡¿Qué?! ¡¿Dónde está?! ¡Dime ahora mismo dónde está ella!

—¡Necesito que hablemos! Ahora te exijo que vayamos a la sala.

—¡Nooooo! ¡Ya te dije que no! ¿Quién te crees que eres para decirme eso?

—...

Nayeon no pudo contener la ira y decidió decirle a su padre estas palabras, quizás tratando de revelar la inmensa angustia que le generaba no saber el paradero de su madre, y en estas extrañas circunstancias, mucho más aún.

Lamentablemente... estas cosas no sucedían una vez a la semana, ni siquiera una vez al día... Nayeon no estaba bien, y eso es seguro. Ella esconde algo más que una suerte de rebeldía hecha palabras con la más terrible ponzoña, ella esconde algo más que una inconformidad hacia todo lo que le rodea.

Nayeon no fue a clases durante toda la semana restante.

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