22|| Mal Dia.

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Al no responder ninguno de sus mensajes ni llamadas, los días siguientes se volvieron algo solitarios

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Al no responder ninguno de sus mensajes ni llamadas, los días siguientes se volvieron algo solitarios. Todavía reservo para mí la revelación de que tendremos una niña porque no quiero interrumpir su vida en Nueva York. Su perfecta y segura vida ante los medios de comunicación, con una modelo que no hace más que tenerlo sobre la palma de su mano como el idiota que es.

Por suerte se cansó de llamar y solo se dedica a enviarme mensajes cada día, al menos cinco veces. No sé porqué no pierde la esperanza.

Por mi parte, me quedo sola cada vez que el servicio se marcha de la habitación. Tengo Internet, tengo libros y ahora puedo moverme a donde yo quiera, pero el encierro hizo de las suyas en mí, además, el temor de encontrarme a mi padre o hermano de nuevo son tan grandes, que comienzan a hacer estragos en mi mente.

Soy prisionera de mis traumas aún siendo libre.

Con un vestido suelto y hasta los tobillos, bajo a la cocina para comenzar a preparar la cena. En casa no utilizo zapatos, ni siquiera unas simples bajas pues amo la sensación de frío en la planta de mis pies.

Tengo víveres para un año más o menos, Hudson al parecer dejó dicho abajo que cada día entregaran comida en el apartamento pues no falta el chico en mi puerta con varias bolsas en las manos.

Pienso un poco sobre qué comida puedo hacer hoy, cuando el sonido de la cerradura me obliga a voltear hacia la puerta. Retrocedo hasta la encimera y quiero coger unos cuchillos para defenderme, cuando veo que dejan un bolso deportivo en el suelo.

Es Hudson.

Regreso la vista a la cocina dejando que note solamente mi espalda descubierta. Mis manos tiemblan no sé por qué razón, mi respiración es lenta y tanto mi cuerpo como mi mente se preparan para las peleas que de seguro tendremos porque ninguno de los dos tiene idea de cómo tratar a otros.

Mi mente me traslada a los días en los que solía recibir golpes por comprar un chocolate para mí o mamá, o la vez en que fui golpeada hasta la inconsciencia por comprar una botella de agua luego de caminar por tres horas bajo el sol para pedir monedas.

Es una rigidez que me recorre el cuerpo, como un acto de mera defensa pues de esa forma los golpes duelen menos.

Mi rostro se refleja en la encimera y siento pena de mí. Del terror que denotan mis ojos, el temblor de mis labios y más que nada, las lágrimas que amenazan con mojar mi piel muy pronto.

—¡Lo siento!—grito con fuerzas cuando siento sus manos sobre mis brazos. De inmediato aleja su toque y no soy capaz de mirarlo a la cara porque tengo miedo de lo que pueda pensar.

—¿Estás bien? —no, nada de esto está bien. —Lia, cariño, lo siento si te asusté. No quise hacerlo, solo quería decir hola.

Mi mente de inmediato me dice que no le crea. Mi padre hacía lo mismo, ser empático contigo hasta que admitías en qué habías gastado el dinero.

Entre Sábanas de Seda (AQS #1)Where stories live. Discover now