¡Primer libro de la serie Amores que Sanan! Versión 2021.
Con un padre y hermano alcohólicos, Lia pasa su vida trabajando para saldar sus deudas y se prepara para saldar la siguiente en un reluciente bar de Santa Mónica.
Rodeada de personas con din...
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Mi mundo se agita por completo cuando veo lo que Hudson y yo hemos creado juntos porque jamás en toda mi existencia había visto un ángel tan bello como el que ahora sostengo entre mis brazos.
Su pequeño rostro, las pestañas largas y oscuras, las mejillas sonrosadas y sus pequeños labios rosas son lo más perfecto que he llegado a ver con mis ojos. ¿Cómo es posible que un pequeño ser humano sea tan hermoso? Me resulta increíble, casi un sueño porque ni siquiera habiéndola imaginado llegué a pensar que luciría de esta forma.
La sostengo junto a mi pecho mientras mama desesperada. El dolor es agobiante, me duele cada parte del cuerpo y aunque tengo lágrimas en los ojos, llevo una sonrisa en los labios porque es una experiencia única. Me dijeron que podía darle el biberón pero ¿cómo podía perderme de esta hermosa sensación? Saber que alimento a mi bebé, que su cuidado depende de mí y que a pesar de haber estado unidas durante estos meses va a necesitarme toda la vida, este lazo que hemos creado desde el momento uno en que supe de su existencia ahora lo siento hasta triplicado.
Tengo ojos solo para ella y no soy la única ya que su padre está frente a mí mirándonos a ambas completamente embobado. Tiene una sonrisa en sus labios, con las manos sosteniendo su mentón y las piernas abiertas luce como todo un león protegiendo a su familia, como si estuviera listo para saltar sobre cualquier cosa por nosotras, cosa que me hace sonreír porque es la primera vez que me mira así.
—¿No es hermosa?—susurro acariciando su pequeña mejilla.
—La miro y sigo sin creer que sea real—responde sin quitarle los ojos de encima—Tienes que darme más, amor, porque no sé si algún día estaré satisfecho de ti, menos ahora sabiendo que somos tan buenos haciendo niños.
Su comentario me hace reír, igual a la enfermera que nos rodea. Nos encontramos en la sala de neonatal visitando a nuestra hija. Es su primera noche aquí, apenas pasé de los analgésicos y aunque vi a algunos amigos en el pasillo, Hudson no dejó que ninguno se acercara a mí hasta luego de ver a nuestra hija para no traer ningún germen hasta su pequeña casita.
Está en una incubadora, según los médicos tendrá que quedarse aquí por poco tiempo pues su pulmones son una maravilla y esto es solamente por precaución. Pasó bien las primeras horas y los controles médicos hasta ahora no muestran nada grave y solo deja más en claro que la impresión de ver a mi madre en ese estado fue lo que provocó el parto prematuro.
No he preguntado sobre ella porque no es necesario. Hudson no ha dicho ni una sola palabra, se ha concentrado pura y exclusivamente a enfocarse en mí y nuestra hija cada que me habla y sé que lo hace para evitar que pregunte por mamá pero no es necesario porque sé lo que pasó.
Lo vi en sus ojos apenas desperté, y yo... yo soñé con ella estando inconsciente. Tal vez no fue un sueño en sí, pero la vi caminar hacia mí y fue extraño porque las cicatrices que la han acompañado toda la vida, esas que enseñaban lo dura que había sido su vida al lado de mi padre ya no estaban. La piel tersa, la sonrisa intacta sin tanto dolor oculto detrás de sus labios, los ojos tranquilos, sin el daño y la amargura, solo estaba ella, brillando alrededor de una luz blanca que me hizo saber enseguida, que ya había partido de este mundo y está bien.
