¡Primer libro de la serie Amores que Sanan! Versión 2021.
Con un padre y hermano alcohólicos, Lia pasa su vida trabajando para saldar sus deudas y se prepara para saldar la siguiente en un reluciente bar de Santa Mónica.
Rodeada de personas con din...
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Siempre pensé que tenía mis razones para desconfiar de Hudson sin embargo este último tiempo me ha demostrado que verdaderamente quiere cambiar, que para él sí somos prioridad mi hija y yo y hemos tenido varios avances.
Dormimos juntos, cenamos juntos e incluso me ha llevado a varias citas dejando que las cámaras nos fotografíen cada que quieren porque pensé que por una vez no tenía nada que ocultar.
Me sentí tan mal hoy al dejarlo marchar de esa forma, haciéndole saber que todavía no le tengo confianza que pensé que lo mejor sería demostrarle lo contrario. Ha hecho hasta lo imposible por recuperarme, no estaba de más demostrar que sus esfuerzos estaban valiendo la pena y por eso me subí al siguiente avión que venía hacia Miami. Dejé mis inseguridades a un lado, viajé para estar con él, apoyarlo en su carrera y demás solo para encontrarme con otra imagen que me en vez de enfadarme, me grita a la cara ¡Eres demasiado estúpida!
Me quedo de piedra al verlo, no razono y por más que intento darle una explicación a lo que veo la realidad es que el padre de mi bebé está una vez más con su ex entre sus brazos, una ex que me mira y sonríe de la forma más perversa posible dejando en claro que siempre será mejor que yo y que él siempre la escogerá por encima de mí.
La risa amarga que abandona mi garganta me deja tan mal sabor de boca que me provoca náuseas.
—¡Lia!—grita el padre de mi hija cuando me volteo.
No quiero saber nada de él, tomo la maleta que dejé a un costado de la puerta me vuelvo por donde vine caminando por el pasillo cuando lo siento detrás de mí.
—¡Detente, por favor!—dice apresurado.
Toco el botón del ascensor esperando a que llegue. No quiero saber nada de él, estoy tan cansada de todas estas situaciones de mierda que al sentir su tacto en mi brazo, lo alejo de inmediato.
—No quiero saber nada de ti—murmuro apretando los dientes.
—Mírame, por favor, te juro que yo...
—¿Que no qué?—lo increpo, harta de sus mentiras de mierda, de sus engaños, de toda la mierda que pasé por su culpa dispuesta a no soportarlo ni un segundo más. —¿Vas a decirme que no tienes nada que ver, que lo que sea que vi no es cierto? Porque me sé cada uno de tus discursos de mierda y déjame decirte que ya no lo soporto más.
Veo sus facciones, la confusión y la ansiedad que tiene pero no lo dejo hablar simplemente porque no me interesa oír nada que salga de esos labios tan mentirosos.
—No esperaba nada de ti y aún así me decepcionas—digo tragándome el sabor amargo que tengo atascado en la garganta.
Estoy a punto de quitarme el anillo que tengo en el dedo dejando claro que me importa una mierda lo que haga, cuando sus manos cubren las mías.
—Yo no la llamé, no la busqué—dice con nerviosismo.—Cuando llegué la policía estaba aquí porque amenazaba con lanzarse del balcón si no me veía. Me viste abrazándola porque le pusieron un calmante, cariño.
