«Traición»

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Mi padre partía todos los domingos temprano al cementerio, él iba a visitar el lugar de descanso de su madre y llevarle flores. En esas fechas se comenzaba a acercar «El día de la luz», y él siempre se comportaba extraño en esas fechas.

Esos días mi padre se mostraba taciturno y distraído, infería que él aún no superaba la muerte de su madre.

—Regreso en la tarde Martín, nos vemos luego—se despidió.

Asentí con la cabeza.

El deseo de salir, de convivir, se había marchado desde hace algunos meses. La muerte de la abuela no me había afectado tanto, no la conocía mucho, pero el ver a mi padre de esa manera y mezclado con la indiferencia de Daniela, me rompía el corazón. 

Me dirigí hacia mi recámara, tenía pensado el escuchar música y acompañarla mientras tocaba mi guitarra todo el día. Para algunas personas, el hecho de estar en la soledad escuchando alto los gritos de su mente, los aterra, ellos no quieren escuchar lo que las voces de su conciencia les quieren decir. Mi manera de callar esas voces era ahogándolas en las notas de las canciones.

Me dejaba llevar por la música y que esta me diera la oportunidad de perderme en su melodía.

De la serie de pensamientos caóticos que estaba teniendo uno me devolvió a la realidad, sonó en mi reproductor una canción que me recordó a Daniela. Era la que le había dedicado. Todos los buenos momentos que habíamos pasado juntos regresaron a mí, y me dieron muchas ganas de verla, de abrazarla y de besarla. Así que, en una decisión repentina, me dirigí hacia su casa tomando parte de mis ahorros para invitarla a cualquier lugar donde pudiéramos estar juntos.

Estaba decidido, iba a luchar por lo nuestro.

El camino era largo, pero ese domingo me sentía extrañamente optimista y decidí llegar caminando. Todo el mundo lucía diferente y era como si no hubiera salido de esa casa durante años.

Llegando a su casa toqué su puerta, y me salió a abrir su madre.

—Martín, ¿cómo has estado, vienes a buscar a Daniela? —habló algo nerviosa.

—Sí, señora, ¿está aquí? —le pregunté buscándola con la mirada.

—No, hijo. Salió al parque a correr, todavía debe seguir ahí.

«¿Al parque, sola?»

—Gracias, tenga un buen día— contesté.

—Siento mucho lo de tu abuela. También lamento que no hayas podido venir a cenar con nosotros—interrumpió mi retirada.

—Gracias, me tengo que ir.

A Daniela le encantaba ese parque, siempre estaba limpio y era muy tranquilo, normalmente, estaba vacío. Solíamos pasar muchísimo tiempo ahí juntos.

Corrí por las calles aledañas de su casa hacia el parque para poder alcanzarla. Corría como si hubiera algo que se me fuera a escapar, me urgía llegar, y no paré hasta que la vi a lo lejos sentada en una banca; ella estaba sudorosa y tomando agua; lucía agotada.

—¡Hola, Dani! —le grité desde lejos mientras corría hacia ella aún con la respiración agitada.

Ella volteó su rostro hacia mí mostrando un semblante sorprendido.

—¡Martín!, ¿qué haces aquí? Pensaba que estabas en casa...

—¿Sabes nena? Me he dado cuenta de que he estado descuidando mucho nuestra relación y la verdad te quiero demasiado, no quiero descuidarte —me acerqué a ella—. Te he extrañado.

El viento que trajo AbrilOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz