«El aterrador olvido»

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Esa mañana me desperté más temprano que de costumbre, tan pronto como sonó la alarma me levanté, me vestí y me dispuse a bajar a desayunar.

Antes de salir del cuarto, me tomé un breve momento para abrir la ventana, al hacerlo, un viento helado entró de inmediato. Ahí, al observar por un momento, pude ver a mis vecinos iniciando su día, incorporándose a la ciudad. Pensé en ese momento que si yo no estaba nada cambiaría, al final seguiría amaneciendo, todos seguirían sin mí.

Al salir de mi habitación escuché a Abril cantando como todas las mañanas. Me acerqué a la cocina, pero me oculté para no interrumpirla y poder apreciar el momento. Estaba cantando a todo pulmón "Take on me" mientras bailaba y tomaba el cucharón como micrófono. Las niñas estaban sentadas en el comedor desayunando, tarareando la melodía de la canción para acompañar a su madre.

Odiaba tener que pensarlo, pero era estúpido huir de ello. Me dolía pensar que algún día no pudiera escuchar más su voz cantar en las mañanas.

Al terminar la canción, comencé a aplaudir y hasta entonces se percataron de mi presencia. Abril sonrió. Me acerqué a ella, la abracé y la besé.

—Amo escucharte cantar —dije.

—Soy un asco.

—Yo creo que eres increíble.

Sonrió con ternura y me dio un abrazo lleno de amor y cariño.

Me serví del desayuno y me uní a ellas en el comedor.

—¿Ya tienen todas sus cosas listas? —pregunté.

—Estuvimos toda la mañana arreglándolas. ¿Y tú? —respondió Abril.

—Solo termino de comer y las arreglo rápido —les traté de decir con la boca llena de cereal.

Alba se rio, pero a Abril pareció no darle mucha gracia.

Por mi culpa, salimos tarde de casa hacia el aeropuerto. Al bajar del taxi en la terminal, Abril nos apuró desesperada hasta la puerta de abordaje. Por los pelos logramos subir al avión.

Allá arriba, mientras observaba las nubes y veía cómo desaparecía la ciudad, me pregunté cuánto tiempo pasaría hasta que mis síntomas delataran mi mentira y que mis recuerdos se perdieran completamente. Mientras me lamentaba, Abril recargó su cabeza en mi hombro y se quedó dormida.

Al bajar del avión fuimos recibidos por un calor terrible, de inmediato sentí dificultad para respirar.

Alba me tomó de la mano.

—¿Ya vamos a ver el mar, papá? —preguntó ansiosa.

—Primero vamos a dejar las cosas al hotel —me moví la playera para hacer un poco de brisa—. Vámonos ya, quiero cambiarme de ropa.

Después de recoger nuestras maletas y tomar un taxi, caminamos bajo las calurosas y pesadas calles de Cancún.

Al llegar al hotel, Alba y Alicia quedaron boquiabiertas al darse cuenta del lujoso lugar en donde nos estaríamos hospedando. Abril se me acercó.

—¿Cómo es que pudimos pagar todo esto? —preguntó en voz baja.

—Tuvimos una buena gira —mentí.

Había usado los ahorros que tenía para comprarme otra guitarra y tuve que pedir un adelanto por las regalías de las canciones que yo había escrito. ¿Qué caso tenía seguir guardando ese dinero cuando ya no me quedaba tanto tiempo? Quería disfrutar de mi familia, aunque fuera una última vez.

Después de registrarnos en la recepción, subimos hasta el penúltimo piso del hotel para ir a nuestros cuartos. Una vez adentro, todos nos cambiamos a nuestros trajes de baño.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now