«Un nuevo llanto»

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—Ya casi llegamos —anuncié aliviado.

Estaba agotado, mis ojos me ardían por haber manejado tanto tiempo en la oscuridad. Era tarde, pero quería ir directo al hospital para ver a mi padre y Alicia.

—¿Abril? —la llamé de nuevo.

No me contestó. Volteé a verla, estaba plácidamente dormida, su cabeza estaba recargada en la puerta. Dormía con la boca abierta y roncaba. Suspiré resignado.

Subí el volumen de la música y seguí conduciendo por un par de horas más hasta que llegamos a la ciudad. Al estar de nuevo inmerso en el espeso tráfico y en las calles que parecían nunca descansar, tuve la sensación de que llevaba años fuera.

Al llegar al hospital, estacioné el auto y llamé a mi padre. Le avisé que estábamos afuera, le pregunté por el estado de Alicia y le pedí que me indicara como llegar hasta su cuarto. Al colgar, Abril seguía dormida, así que la sacudí para despertarla.

—¿Llegamos? —preguntó medio dormida, con los ojos entrecerrados, el cabello despeinado y su mejilla manchada de saliva.

Empecé a reír.

—¿De qué te ríes? —preguntó confundida.

Tomé un pedazo de papel y le limpie la mejilla.

—Babeabas y roncabas.

—Es que esta a muy cansada —explicó avergonzada.

Ocupando el espejo del auto, se peinó de nuevo y se arregló para bajar.

Bajamos y entramos al hospital. Tomé la mano de Abril para darme coraje. Desde que tengo memoria, he odiado los hospitales. No lo sé ver sus horribles paredes blancas, el olor a muerte y las luces amarillentas me hacían sentir una horrible sensación en el estómago. Sin importar lo enfermo que estuviera, llegar a un hospital era la última de mis opciones, así que las veces que estuve ingresado en uno fue porque me habían metido a rastras.

Nos encontramos a mi padre afuera de la habitación de Alicia. Al vernos de regreso, nos abrazó con fuerza.

—¿Cómo está? — preguntó Abril.

—Mejor —suspiró y pegó las palmas de sus manos a sus muslos—. Tenía una infección muy agresiva, supongo que por haber estado comiendo cosas descompuestas de lo que encontraba en la basura.

—¡Pobre! —me lamenté.

Asintió.

—¿Cómo pudiste solucionar lo del matrimonio? ¿Cómo les fue con el orfanato? —dejó salir el torbellino de preguntas que lo atormentaban desde que nos había visto llegar.

Procedí a contarle la travesía por la que habíamos pasado para volver a llegar al hospital.

—¿Entonces, ya están los dos oficialmente casados?

—Así es —sonreí avergonzado.

—¡Muchas felicidades! —nos abrazó a los dos al mismo tiempo—. Hacen muy buena pareja, estoy seguro de que sabrán complementarse muy bien.

Abril y yo nos volteamos a ver sonriendo. No sabía que a mi padre le emocionara tanto la idea de mi casamiento.

—¿Quieren verla? —señaló hacia la puerta después de separarse de nosotros.

Los dos asentimos.

—Estaba dormida hace unos momentos, pero ya debe de haberse despertado —de nuevo, volteó a vernos y sonrió—. Iré a buscar algo a la cafetería. Los dejo a solas con su ahora hija.

Me dio un escalofrío al escucharlo decirlo. Ya no era una idea loca, ahora sí era padre. Tragué saliva.

Mi padre se alejó, dejándonos solos. Miré a Abril, también estaba nerviosa. Nos tomamos de la mano. Sin hablar, tan solo mirándonos, nos calmamos el uno al otro. Entramos a la habitación.

La luz estaba encendida. Alicia estaba despierta, con la vista fija hacia el techo, al escucharnos entrar se levantó.

—Hola, pequeña —Abril se acercó primero a su camilla—. ¿Estás mejor?

Alicia afirmó con la cabeza.

—¿Y Samuel? —habló preguntando por mi padre.

—Bajó a comer —expliqué y me coloqué frente a ella, junto a Abril.

—¿Es cierto que fueron al orfanato? —preguntó.

—Sí —respondí.

—¿Van a regresarme para allá? —su voz se quebró.

—No, jamás regresarás allá —Abril acarició su cabeza para tranquilizarla.

—¿Cómo puedes prometer eso?

—Alicia, Abril y yo hicimos algo allá, tomamos una decisión importante para asegurarnos que no te pudieran obligar a regresar, pero necesitamos saber tu opinión.

Nos miró confundida.

—¿No quisieras formar parte de nuestra familia? —preguntó Abril.

—¿Con ustedes y Samuel?

—Sí. Yo sería tu padre y Abril tu madre. ¿No quisieras?

Estaba dudosa, hasta temerosa.

—Has pasado por cosas horribles que jamás debiste vivir —comenzó a hablar Abril—. Desconfiar de la gente fue lo que te mantuvo tanto tiempo viva, lo sabemos, pero queremos que sepas que puedes confiar en nosotros. Queremos formar una familia contigo, cuidarte y amarte como nuestra hija. Sé que es tarde, que te perdiste de muchas cosas, pero danos una oportunidad de darte una vida feliz.

—Y a Catrina también —comenté y la hice sonreír—. ¿Qué dices? ¿Empezamos una nueva aventura como una familia?

Se rascó los ojos con fuerza para ocultar su llanto. Mientras se lamentaba recordando todo el calvario que había tenido que cruzar, no dejó de afirmar con la cabeza. Abril detuvo sus manos para que dejara de reprimir su llanto y la atrajo hacia ella para abrazarla. Las envolví en mis brazos.

—Construyamos una nueva historia, una en donde seamos muy felices juntos —dije.

—Estoy muy feliz —dijo entrecortada sin dejar de llorar—, pero no puedo dejar de llorar.

Comencé a llorar también. Esa pequeña había vivido tanto tiempo en la oscuridad que no sabía que no solo se lloraba por tristeza.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now