«La carta»

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Estaba tan destrozado que la tristeza me parecía una emoción tan simple.

Había encontrado los papeles del terreno que mi papá había comprado, ese en el que alguna vez había estado la cabaña en donde nos conoció a mí y a Mia. Me pareció que ahí sería un buen lugar en donde enterrar sus cenizas.

Había arreglado la vieja tumba de mi hermana y la había puesto en una bonita urna, incluso había comprado una placa.

—Papá —Alicia tomó mi brazo—. No estás sólo.

Me abrazó y lloramos juntos frente a la tumba de mi padre. Ella había sido muy cercana a mi padre, así que sabía que también el dolor la carcomía.

Abril llevaba de la mano a Alba, quien depositó frente a la tumba una rosa roja.

Los cuatro estábamos frente a la tumba.

—Gracias por todo, papá. Siempre diste lo mejor de ti para que yo tuviera una mejor vida. Te voy a extrañar tanto —pronuncié en forma de despedida.

Al terminar la ceremonia, comencé a recorrer el terreno, intentando poder recordar algo. Me detuve frente a la casa. Estaba en perfecto estado, mi papá se había encargado de darle mantenimiento durante sus misteriosas salidas en épocas navideñas. Era un lugar lindo, al igual que las demás casas a su alrededor.

—¿Vas a entrar? —Abril me tomó de la mano.

—Creo que sí... ¿Vendrás conmigo? —pregunté nervioso.

—Contigo. Caminaría hasta el mismo infierno —contestó sonriendo y me recordó por millonésima vez por qué la amaba.

Abrí la puerta y entré. Aunque estaba amueblada y limpia, no era un lugar acogedor. Pasamos a la sala de estar y nos sentamos en el sofá. El lugar estaba tan falto de felicidad que sentíamos haber entrado en un refrigerador.

Abrí la sucia y descuidada puerta de madera, fui recibido por un golpe de recuerdos tan dolorosos. Dentro todo estaba repleto de polvo y lucía más pequeño de lo que recordaba.

—¿Estás bien? —Abril me trajo de vuelta a la tierra.

Me acarició el rostro.

—No puedo recordar nada. Este es un lugar extraño, en él, no puedo percibir nada de mi pasado... —expresé con dolor.

—No te fuerces a nada... —me besó en la mejilla.

La miré directo a los ojos.

—Te amo con toda mi alma, Abril Romero.

Me abrazó.

—Mejor salgamos, aquí no hay nada para mí —decidí.

Cerramos la casa y salimos a explorar a los alrededores. Llegamos al pequeño lago. Alicia se acercó a mí.

—Papá. ¿Es cierto lo que me contó mamá? —me preguntó.

—¿Qué cosa?

—Que tú también saliste del mismo orfanato que yo.

Suspiré.

—No puedo recordarlo, pero sí, es cierto —miré nuestro reflejo en el agua—. Hace muchos años, mi hermana Mia y yo escapamos de ese orfanato.

Alba llegó corriendo y se abrazó de mi pierna. Alicia se unió al abrazo.

—Te amo, papá —pronunció y no pude evitar echarme a llorar.

—No hay nada más preciado para mí que ustedes dos y su madre.

—Te amo, papá—Alicia me besó en mi mejilla.

El viento que trajo AbrilOnde histórias criam vida. Descubra agora