«La familia perfecta que nunca existió»

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Entró a la casa sin saber que el pasado la esperaba para saldar cuentas. Sus ojos se encontraron con rostros llenos de olvido, juicio y decepción.

—¿No les dije que se fueran? —la mujer reclamó mirando a sus dos hijos.

Su cabello estaba completamente pintado de gris, su cuerpo delgado y su rostro demacrado por el cansancio.

—¡No nos vamos a ir! Y esta vez trajimos a Abril para hacerte entrar en razón.

—No necesito nada de ustedes.

—Nosotros tampoco te necesitamos —respondió Adriel.

—¡Insolente! —su madre se acercó a él—. Tú, más que nadie, no quiero que estés aquí.

Adriel la miró con intensidad.

—No necesito tu permiso... y no te tengo miedo. ¿No lo entiendes? No somos más esos niños que corrían a esconderse detrás de Abril.

Abril se acercó y se colocó frente a ella. Así de cerca, pudo ver las horribles y numerosas cicatrices en el rostro de su madre.

—Tu cara... —dijo impresionad en voz baja—. ¿Qué te pasó?

Su madre la miró directamente por primera vez desde que había llegado.

—No lo entenderías... —susurró.

Sin poder soportar la mirada de Abril sobre sus heridas, corrió hacia las escaleras y subió a encerrarse en su recámara.

Mariana gruñó desesperada y comenzó a moverse nerviosa por el salón. Adriel se acercó a nosotros.

—¿Qué fue eso? —le pregunté.

—Ah... no lo sé... —suspiró—. Ha estado así de rara desde que llegamos.

Abril miró preocupada hacia el segundo piso de la casa. Mariana se acercó a ella y la tomó de la mano.

—Creo que la mejor idea es que descansemos por hoy y mañana hablemos con ella. Hay que dejarle digerir la idea de que estamos aquí —sugirió Mariana.

Abril asintió.

—¿Recuerdas en dónde está tu recámara? —preguntó Adriel.

—¡Por supuesto! —contestó Abril.

—Ahí puedes dormir con tu esposo, y el cuarto de invitados puede servirle para que duerman tus hijas.

Abril aceptó, tomó a las niñas y nos llevó hasta las habitaciones.

Al subir a la planta alta por las escaleras, nos encontramos frente a un espacioso pasillo lleno de puertas. Al caminar por él, me encontré observando numerosas fotografías colgadas en la pared en donde aparecía Abril con sus hermanos cuando eran niños. Al verla así de pequeña, una curiosa sensación asaltó a mi corazón.

Llevamos a las niñas a su cuarto. Al abrir nos encontramos con una recámara espaciosa simple con una litera.

—¡Escojo la de abajo! —gritó Alba y corrió para apartar su cama.

—Entonces, creo que me quedaré arriba—Alicia se resignó.

Sonreímos.

—Pórtate bien Alba, no le des mucha lata a tu hermana —le dijo Abril al despedirse de ella con un beso—. Si necesitan cualquier cosa, vamos a estar aquí al lado —le señaló a Alicia y también la besó en la mejilla.

—Sueñen con los angelitos —les deseé y salí del cuarto.

Caminé tomado de la mano de Abril hasta la otra recámara. Al entrar, Abril se reencontró con un lugar repleto de recuerdos. Al centro del lugar, pegada a la pared, estaba una cama gigante, y a su alrededor, muebles llenos de juguetes y libros. Cerramos la puerta y nos adentramos.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now