«Entre páginas te encontré»

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En aquel entonces, vivía en el norte de la Ciudad de México, cerca de la frontera con el Estado de México. A mí me tocaba, como a la mayoría, transportarme desde las periferias hasta el centro para realizar mis actividades muy temprano. Una gran parte de mi día se me iba en transportarme dentro de las líneas del metro. Tenía que aprovechar el tiempo, así que usaba esos trayectos para leer y escuchar música, así no se me hacía tan insoportable la claustrofobia. 

Amaba los días lluviosos. Cuando llegaba a suceder, al bajar del metro, decidía caminar a la escuela en lugar de tomar un camión. Disfrutaba con toda mi alma caminar bajo la lluvia, bajo mi paraguas, escuchando mi música.

Era viernes. El semestre había acabado, pero mi papá no lo sabía aún. Aprovechando su ignorancia, y usando el presupuesto normal, salí de mi casa como si las clases hubieran seguido su curso habitual. Tenía pensado visitar la biblioteca Vasconcelos, un lugar mágico en el que con solo entrar y respirar el olor a vainilla de los libros viejos, me transportaba a otro mundo. Amaba perderme entre sus repisas de cristal que parecían interminables. Me encantaba leer en el silencio del lugar.

Sé que parece que estoy diciendo que amo muchas cosas, pero es que no podía hablarles sobre esa biblioteca sin hacerles saber mi completo amor por ella. Para quejarme de otras cosas, ya habrá más páginas de esto.

Cómo era costumbre, tomé el metro para llegar a la estación «Buenavista», donde la biblioteca quedaba a un par de metros. Como si fuera un favor especial del cielo para mejorarme mi día, comenzó a llover al bajar del metro. La lluvia resbalaba lentamente en el paraguas, y el olor a piedra mojada penetraba por mi nariz. El cielo gris daba la apariencia de que la noche estaba próxima a llegar, las luces amarillentas de los edificios empezaban a iluminar las calles como si la noche ya hubiera arribado.

Llegué a la biblioteca con una sonrisa dibujada en mi rostro. Dejé mi mochila en la paquetería y subí a los estantes. Recorrí cada uno de los pasillos sin una idea concreta de lo que estaba buscando. Me quería sorprender, así que leía la cubierta de cada una de las novelas que me llamaban la atención. Al final, después de una hora, me decidí por «El juego del Ángel» de Carlos Ruiz Zafón, había leído algo más del autor y creía que el libro se veía prometedor. Me lo llevé conmigo hasta uno de los sillones dispuestos para leer.

Me quedé inmerso en aquella ciudad gótica y su cementerio de los libros olvidados. 

—Hola, Martín—saludó Abril, interrumpiendo mi lectura.

Estaba parada frente a mí sosteniendo una pila de libros. Su cabello chino estaba despeinado, pero, de alguna manera eso la hacía ver más atractiva. Usaba una blanca de cuello de tortuga y un pantalón de mezclilla holgado.

La miré, recordando la manera en que me había llamado «nadie» frente a su novio.

—Hola, Abril—respondí cortante.

—No sabía que nos volveríamos a encontrar —soltó una risilla fingida, se notaba incómoda—. Quería pedirte una disculpa por lo que pasó antes con mi novio. A veces, Julián se comporta como un idiota.

«¿A veces? Ese tipo nació idiota»

—A las personas que somos nadie no nos molestan ese tipo de cosas.

—Perdóname por eso, de verdad, lo siento mucho —se lamentó y me pareció genuina su disculpa.

No sabía qué decirle, así que nos quedamos en silencio por unos segundos. Cansada de estar ahí parada sosteniendo sus libros se sentó a mi lado.

—¿Qué estás leyendo? —trató de ver el título del libro.

—Un libro de Carlos Ruiz Zafón, es de mis escritores favoritos desde ahora.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now