«¿Qué somos?»

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Abril se incorporó rápido a nuestra rutina.

Entré a trabajar en un bar como cantante los fines de semana durante la noche. De pronto, mi meta del día se convirtió en encontrar a Abril escribiendo en la cocina cuando regresaba del trabajo, cenar con ella e irnos a dormir.

Aquel lunes regresaba a la universidad, las vacaciones se habían acabado. Como siempre, había sido el primero en despertarme. Mientras preparaba el desayuno para los tres pensaba cómo había cambiado mi vida desde la presentación. Me sentía triste por tener que pasar más tiempo alejado de ella, pero también me sentía ansioso por volver a estudiar.

Serví la mesa.

Subí hasta la recámara, dispuesto a despertar a Abril para desayunar. La encontré dormida, acostada al revés y quejándose. Era común escucharla tener pesadillas después de todo lo que le había pasado.

No la quise despertar, así que bajé a comer con mi padre. Cuando terminé, antes de irme, le subí su desayuno.

La sacudí para despertarla.

—Es hoy, ¿verdad? —me preguntaba aún con los ojos cerrados; medio dormida.

—Sí, ya me voy a ir. Te traje el desayuno —dejé la charola a un lado de la cama—. Ya se me está haciendo tarde y es mi primer día.

Se levantó y se rascó los ojos.

—¿Por qué no me despertaste? Quería desayunar contigo.

—Ayer me estuviste esperando muy noche y quería dejarte dormir —me senté en la cama y me cambié de zapatos—. Bueno, ya me voy —me levanté, recogí mi mochila y mi guitarra.

Estaba a punto de salir del cuarto, cuando me detuvo tomándome de la muñeca. Se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—Te un buen día.

No estaba arreglada, estaba usando ese extraño pijama rosa, su cabello estaba desarreglado y desordenado, pero me seguía pareciendo la mujer más hermosa del mundo.

Bajé las escaleras y salí de la casa. Me encontré a mi padre esperándome afuera.

—¿Vas tarde? —preguntó serio.

—Sí, me tengo que apurar —contesté y me dispuse a correr hasta la estación de metro.

—¡Espera! —me gritó y regresé con él—. Llévate el carro.

—¿Y cómo te vas a ir tú a trabajar?

—No mi carro, el otro. Sácalo, pero maneja con cuidado.

Mi padre tenía dos autos, un coche clásico el cual amaba, y otro más moderno, el cual era el que usaba para transportarse diario. Algunas veces me había dejado manejar el auto más nuevo, pero nunca el clásico.

—¿Estás seguro? —lo miré desconfiado.

—Ya vete —sonrío—. Mucha suerte, regresa a salvo.

Y esa fue la primera vez que maneje ese bello auto por las irregulares y enredadas avenidas de la ciudad. Escuchaba rock a todo volumen y conducía con una gran sonrisa sobre mi rostro.

Estacioné el carro en una calle cercana a la escuela y caminé rumbo al edificio.

Empezaba mi último semestre de carrera.

Aunque tan solo habían pasado unos meses, sentía que hacía años que no caminaba por esas aceras.

Las casas viejas que rodeaban la escuela aún parecían escenarios de historias góticas, mientras que los largos árboles que desfilaban en línea sobre la calle, siempre tan altos, dejaban pasar pocos rayos de sol y llenaban el ambiente de un aroma fresco. Se sentía tan bien regresar.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now