«¿Tanto tiempo ha pasado?»

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—Es ahí —nos señaló Mariana.

Después de un largo viaje en carretera a primera hora de la mañana, por fin habíamos llegado a la vieja casa de infancia de Abril.

Al bajar del auto, nos tomamos un par de segundos para estirarnos.

—¡Wow! —exclamó Alba al ver la casa.

Abril estaba muy seria desde que habíamos dejado la casa. Me acerqué a ella.

—¿Estás bien? —le pregunté preocupado.

—Eso creo... Estar aquí me trae muchos recuerdos.

La tomé de la mano.

—Todo va a estar bien.

Sonrió y asintió.

—Entremos —dijo decidida

Caminamos hasta la entrada y tocamos. A los pocos segundos salió un joven alto moreno y de cabello esponjado. Al ver a Abril se quedó paralizado.

—¡Dijiste que no lo harías! —el joven le gritó a Mariana y entró corriendo a la casa.

Con el corazón estrujado, Abril entró a la casa. Mariana corrió a buscar a su hermano.

La casa era lujosa. Sus techos eran altos y eran adornados por hermosos candelabros de cristal, los muebles, desde la madera y la tela de la que estaban hechos denotaban a qué tipo de hogar pertenecían.

—¡Baja ahora mismo, Adriel! —gritaba Mariana en la planta alta, golpeando la puerta del dormitorio de su hermano—. ¡Traje a Abril!

—¡¿Y eso qué?! ¡Te dije que no lo hicieras! ¡No la necesitamos! —contestó él.

—¿En serio no vas a ir a verla, idiota? —gruñó Mariana.

—No. ¡Déjame!

Resignada, Mariana bajó y se unió a nosotros. Yo, viendo lo complicado del asunto, decidí que era momento de aclarar las cosas y limar las asperezas que existían entre los hermanos.

—Vamos a la cocina. Necesito saber qué demonios es lo que esta pasando —le dije a Mariana.

Asintió.

Dejamos a las niñas en la sala de estar y nos movimos a la cocina, en donde pudimos empezar a hablar las cosas claramente.

Abril estaba en silencio. La manera en la que la había tratado su hermano le había dolido.

—Dime la verdad, Mariana. ¿Por qué estamos aquí? —pedí.

Tomó aire y comenzó a contar.

—Después de que Abril se fue de la casa, mi madre, harta de nosotros, nos envió a estudiar en un internado, que más bien era una maldita cárcel. El lugar era una verdadera pesadilla. Desde el día en que llegamos, como el lugar se dividía en zona para hombres y para mujeres, nos separaron.

Siguió relatando y nos trasladó a aquella época.

—Rodeados de otros chicos miserables, fue fácil perdernos ahí. Yo me la pasaba triste y deprimida, pero mi hermano... él se llevó la peor parte. Era acosado hasta el cansancio por otros niños, de verdad, con él, eran especialmente violentos y crueles, y muchas veces terminó con heridas por eso.

—Si no lo veías, ¿cómo sabías que él pasaba por todo eso? —pregunté, interesado por su historia.

—Los domingos eran los únicos días en los que los niños y niñas podían convivir juntos. Así que ahí me enteraba de todo lo que le hacían

Abril seguía en silencio.

—Hace unos meses nos graduamos de ahí —continuó Mariana—. Regresamos a la casa con intención de descansar y disfrutar de la libertad, sin esperarnos con lo que encontramos.

El viento que trajo AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora