«Amores prohibidos»

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Después de escucharme, Abril dejó caer su cuerpo al suelo, se sentó a mi lado. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Casi no hablo de esa época —comenzó a hablar—, solo de pensar en mí en ese entonces, me da mucha tristeza. Estaba tan sola, tan necesitada de cariño.

—Perdóname... —pronuncié con la voz quebrada—, por favor, perdóname por no cumplir mi promesa. ¿Me estuviste esperando?

Tomó mis manos temblorosas y las cubrió con su calidez.

—Estuve esperando cada día que estuvimos en esa casa, siempre deseando escuchar tu voz y la de tu hermana en la distancia.

Me quebré y lloré abrazado de su cuerpo.

—Había noches en las que soñaba que volvíamos a jugar juntos. Al despertar, lloraba porque me daba cuenta de que estaba sola de nuevo.

Al darme cuenta de que ella también estaba llorando, me levanté, me sequé los ojos y la miré a los ojos.

—Estoy aquí, y no me iré jamás de tu lado. Lo prometo.

Cerró los ojos con fuerza, dejando caer una última lágrima, y así, aproximó su rostro al mío y me comenzó a besar con fuerza. Mientras retiraba su ropa y recorría su cuerpo, pensaba en nuestro recorrido juntos y me llenaba de felicidad el pensar que estaba con ella, de que nos habíamos encontrado de nuevo y de que me amaba tanto como yo la amaba a ella.

Al día siguiente, al terminar de recoger nuestras cosas para irnos, nos dimos cuenta de que no había nadie dentro de la casa. Abril llamó al silencio para ver si alguien le contestaba.

—Deben haber salido —dije, tratando de calmarla—. ¿Quieres esperarlos un rato más?

Miró hacia las escaleras, suspiró y negó con la cabeza.

—Vámonos.

Caminamos hasta la salida y al abrir la puerta se encontró con su hermano caminando hacia ella, junto a él, tomándole la mano, había una mujer tomándole la mano. Detrás de ellos caminaba Mariana.

—¿Ya se iban? —preguntó Adriel, observando las mochilas que llevábamos.

—Sí, estábamos a punto de irnos —le respondió Abril.

—¡No! ¡Por favor, no! —le quitó la maleta a su hermana—. Quédense un poco más.

—¿Qué te pasa? —Abril lo miró confundida.

—Ayer me porté como un imbécil... —Adriel se lamentó—, me lamento mucho por eso, por favor, quédense un poco más, déjenme invitarlos a comer... quiero hablarles sobre algo.

—Por mí está bien —dije.

Abril sonrió y asintió.

—Por cierto, perdón, déjenme presentarles a Alejandra, mi prometida.

La mujer sonrió nerviosa.

—Mucho gusto —se acercó y saludó a Abril.

—¿Prometida? —Abril pronunció en voz alta.

—Vámonos, es una larga historia.

Más tarde, una vez sentados alrededor de la mesa y rodeados de humeante comida, comenzó la charla.

—¿Cómo se conocieron? —Abril no desaprovechó el silencio y preguntó.

Adriel y Alejandra se miraron.

—En la escuela —contestó Adriel.

—¿Estudiaron juntos?

—No —habló Alejandra—, yo era su maestra.

Estaba tomando agua y casi me ahogaba.

—¿Cómo pasó eso? —pregunté.

—Alejandra me dio clases los últimos años de escuela, y ahí la conocí.

—Enseñaba artes —siguió contando ella—. En ese entonces necesitaba un asistente para una exposición y me pidieron que eligiera al mejor de la clase, y así terminé pasando muchas horas junto a él. Primero me enamoré de su arte, y mucho después de él.

Adriel rio.

—¿Tú lo sabías? —Abril le preguntó a su hermana.

—Siempre lo supe —admitió con tranquilidad—. Desde que salimos de ese lugar lo hicimos con ella, y regresamos a casa, más que nada, por que Alejandra quería la bendición de mamá para su casamiento.

—Supongo que no aceptó —dije.

—No lo hizo —aseveró Adriel—. Le molestó que ella haya sido mi maestra y que sea mayor que yo. Le dijo que trataba de aprovecharse de mí y la echó de la casa a insultos.

Alejandra le tomó la mano.

—¡Me moleste mucho por todo lo que la insultó! Si no fuera por Ale... yo no hubiera aguantado todo ese tiempo allá dentro, mi vida fue un infierno y conocerla fue lo único que me dio alegría.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Abril.

—Nos vamos a casar, ya sea si quiera ella o no.

Nos quedamos en silencio.

—¿Cómo se conocieron ustedes? —dijo Alejandra.

Abril y yo nos miramos.

—Es una historia muy larga —respondió Abril.

—Tenemos tiempo, por favor cuéntenos —Adriel insistió.

Y se nos fue la tarde recordando y contando, repasando nuestras vidas, riéndonos de nuestros fracasos y lamentando nuestras pérdidas, deseándonos que tuviéramos un futuro lleno de felicidad como el que jamás habíamos tenido.

Al despedirnos, prometimos volver a encontrarnos, teníamos una cita para hacerlo en la próxima boda de Alejandra y Adriel.

Solos en el auto, mientras manejaba en silencio, escuché a Abril dormir profundamente. Me alegraba por ella, por fin había cerrado un ciclo largo y doloroso que la había estado atormentando. En el asiento trasero, Alicia y Alba cantaban la canción que sonaba, sonreí al escucharlas.

Estábamos a punto de llegar, ya habíamos entrado a la ciudad y faltaban un par de minutos para llegar a casa cuando me tuve que orillar para contestar el teléfono. Abril se despertó.

Me observó desde dentro del carro cómo caminaba en círculos mientras hablaba, aunque no podía escuchar lo que decía porque las ventanas del auto estaban cerradas.

—¿Qué pasa? —preguntó Alicia.

Abril le chistó para que no hablara.

—¡¿Qué?! —grité, e incluso dentro del carro lo pusieron escuchar

Abril salió del carro enseguida.

—¡¿Qué pasó?! —preguntó preocupada.

Colgué el teléfono y me quedé mirando a la nada pasmado.

—¿Estás bien?

La abracé con fuerza

—No me vas a creer lo que acaba de pasar.

El viento que trajo AbrilHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin