Epílogo

623 98 14
                                    

Martín, aunque han pasado diez años desde que te fuiste, no ha pasado ni un solo día en el que no te extrañe, creo que eres una herida que nunca va a cicatrizar en mí. Tus recuerdos siguen doliendo.

Sé que no te gustará, pero desde que moriste no he vuelto a escribir, mi amor por las historias se fue contigo. Esta carta para ti es lo único que he escrito desde entonces.

Me he sentido sola, pero nuestros hijos me han acompañado en mi dolor, juntos hemos aprendido a seguir cuando ya no podemos más.

Si estuvieras aquí sé que estarías muy orgulloso de Alicia, es una mujer increíble, talentosa, llena de amor por la música. En sus sueños te lleva a ti, a veces, mientras canta, te puedo escuchar en su voz y pienso que, de alguna manera, vienes a visitarnos.

Alba creció rápido y se convirtió en una joven hermosa, llena de energía y con amor por la medicina. Sigue llorando por ti y no te ha olvidado, aunque no le cumpliste tu promesa su amor por ti no ha cambiado nada.

Aunque no conociste a nuestro tercer hijo, sé que lo habrías amado. Tenías razón, se parece a mí, tiene mi carácter, lo que lo lleva a meterse en muchos problemas. Le hablo mucho de ti, espero que lo puedas visitar en sus sueños.

Te escribo esta carta a tu memoria porque quiero contarte que todo está bien, sigue doliendo, me sigo despertando en las noches buscándote y lloro al recordar que no volveré a escuchar tu hermosa voz, pero estamos comenzando a vivir.

Aunque ya no estés, te sigo amando como siempre.

Por siempre tuya, Abril.


Al terminar de leer la carta frente a la tumba de Martín, Abril se limpió las lágrimas de los ojos. Sus tres hijos la abrazaron. Juntos admiraron el árbol de jacaranda que había crecido por encima de sus cenizas.

—¿Entramos o comemos aquí en el patio? —preguntó Alba, ahora una joven hermosa joven con cabello corto.

—¿Les parece si lo hacemos aquí junto a su padre? —preguntó Abril mientras veía el rostro de sus hijos.

Los tres asintieron en silencio.

Alba tomó la silla de ruedas de su madre y la apartó mientras sus hermanos preparaban el picnic. Una vez que todo estuvo listo la ayudó a sentarse en el suelo.

—Alicia me va a enseñar a tocar la guitarra —comentó el pequeño niño.

—¿Quieres tocar como ella, Samuel?

El niño asintió emocionado.

—Estoy seguro de que será muy buena maestra para ti —dijo Abril.

—Tal vez la próxima vez que vengamos podamos tocarle algo a papá —sugirió Alicia.

—Mamá —Samuel se acercó a Abril—, ¿me podrías contar de nuevo cómo conociste a papá?

—Siempre pides lo mismo... —soltó Alba.

—¡No te hagas! También es tu historia favorita —contestó Samuel.

Alba se quedó en silencio.

—Por supuesto —Abril acarició el rostro de su hijo—, siempre que quieras te la volveré a contar.

Los tres hijos se quedaron en silencio esperando a que comenzara. Abril miró hacia el cielo y se transportó a aquella oscura noche en la que un concurso de música se iba a realizar en la universidad.

—Su abuelo decía que todas las historias comienzan en negro... —comenzó a relatar.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now