«Reunión de viejos amigos»

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Samuel.

No recordabas nada. Habías olvidado la miseria por la que habías pasado, a Mia, a mí, los momentos felices.

Me dijeron que era algo temporal por los golpes que recibiste en la cabeza, pero nunca regresaron esos recuerdos.

Pude habértelo dicho antes, pero decidí que era mejor dejarte disfrutar de una nueva vida en donde tú eras mi hijo, donde tenías una familia, donde jamás habías vagado por las calles de la ciudad rogando por un pedazo de pan, donde no tendrías que lidiar con el luto de Mia.

Me casé con Karen y te registramos como nuestro hijo. Te criamos así.

Busqué hacer las cosas bien, me esforcé porque fuéramos una familia feliz.

Años después, me reconcilié con mi madre. Jamás le conté la verdad y murió pensando que eras mi hijo biológico.

Karen y yo tratamos de tener más hijos, pero pronto nos dimos cuenta de que, por más que lo intentáramos, no podíamos porque yo era estéril. El tener hijos era un tema importante para ella, y aunque intentó fingir que nada pasaba para no hacerme sentir mal, algo cambió en nuestra relación y jamás se compuso.

Con lo talentosa que era, fue inevitable que mejores propuestas de trabajo le llegaran y tuviera que dejar el pequeño bar en el que cantábamos. Estaba muy feliz por ella, la apoyé para que aceptara y cumpliera sus sueños. Y así, de pronto se fue de gira.

Dejé de verla, y sin mi apoyo, pronto se perdió en viejos demonios.

Me preocupaba por ella, le pedía que regresara a casa, y aunque siempre prometía volver pronto, nunca lo cumplió.

Hasta que dejé de saber de ella. No contestaba mis llamadas ni mis mensajes.

Preocupado hasta la muerte, te dejé con mi madre y salí a buscarla. No tardé en descubrir en donde estaba registrada la próxima presentación del grupo en donde cantaba, y me aparecí ahí.

Me partió el corazón darme cuenta que la hermosa mujer, la talentosa cantante de la que me había enamorado ya no existía más. En su lugar, un delgado cuerpo lleno de arrepentimientos y oscuros deseos había robado su voz para alimentar sus miedos.

Ella no quería regresar y yo la obligué a hacerlo, pensando que hacia lo correcto, diciéndome que era por su bien.

Tratando de hacerla mejorar, me enteré que llevaba desde mucho antes que la conociera enfrentándose a su adicción. Solo se había esforzado mucho en ocultarlo.

Por años, ¡dolorosos años!, la traté de ayudar. ¡Y vaya que lo hice! Pero después de tantas recaídas, peleas, gritos y muchas lágrimas, la tuve que dejar ir y rendirme con ella. Con el corazón partido en mil pedazos, me di cuenta que no servía de nada mis esfuerzos para que mejorara, porque ella no lo quería, a ella le gustaba estar hundida y no había nada que pudiera hacer por ella.

Se fue y no regresó. La pude haber buscado y haberle rogado por intentarlo una vez más, pero preferí dejarla ir y darte toda mi energía a ti. Eras lo más importante en mi vida, no podía descuidarte, se lo había prometido a Mia.


Martín

Estaba paralizado. Mientras lo escuchaba, no podía dejar de llorar.

—Aunque no recuerdo la mayoría de lo que me has dicho, tengo algunas memorias borrosas...

—Perdóname por no contártelo antes, pero tenía miedo de que te hiciera más daño —miró al suelo—. Esperé por años a que recordaras, pero no lo hiciste.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now