«Es hora de vivir»

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Desperté en el hospital. Lo primero que vi fue la ciudad desde la ventana, ya no estaba lloviendo, el cielo estaba despejado, el sol me deslumbraba. Me senté y miré a mi alrededor, este hospital no se parecía a ninguno de los que ya había visitado, parecía muy lujoso. Tenía cuarto para mí solo, un lugar espacioso y una vista increíble a la ciudad.

Eduardo entró a la habitación.

—¿En dónde estoy? —le pregunté.

—¿No recuerdas nada? —se sentó en uno de los sillones frente a mí.

—No.

Suspiró.

—Te desmayaste en medio de toda esa gente. Estábamos en el juego de mi hijo cuando vimos a un círculo de gente en la avenida, entonces me acerqué y te encontré ahí tirado. Quería llamar a tu esposa, pero tu celular estaba destrozado, así que saqué tu tarjeta y encontré un pedazo de papel en donde venía anotado el teléfono de tu padre, así que lo llamé.

—Solo que no era mi padre, el que conocías —agregué.

Asintió.

—Él le pidió a la ambulancia que te trajera a este hospital lujoso desde ayer.

—¡¿Ayer?! —exclamé—. ¿Y Abril?

—No te preocupes, el señor fue por ella hasta tu casa y la trajo.

—¿Entonces está aquí?

—No se despegó de ti, hasta ahora. Vine a relevarlos en lo que iban a desayunar. No quería, pero, prácticamente, se fue obligada.

Miré hacia la ventana.

—No sé lo que me pasó...

—¿Entonces el hombre que conocí no era tu padre? —al fin preguntó, curioso.

—En realidad...

Comencé a relatar, pero me vi interrumpido porque entró una doctora. Era joven y hermosa. Eduardo se levantó enseguida cuando la vio.

—Bu-buenas tardes doctora—tartamudeó abrumado por la belleza de la médico.

—¿Me podría permitir un momento a solas con el paciente? —pidió con amabilidad.

—Por supuesto, estaré en la sala de espera.

La doctora se sentó en el lugar donde había estado Eduardo. Se quitó sus gafas, se rascó los ojos y suspiró de cansancio.

—¿Cómo se siente? —preguntó y se volvió a poner sus lentes.

—Desorientado, siento la cabeza, mis pensamientos, cubiertos de niebla. ¿Qué fue lo que me pasó?

Hojeó el contenido de las hojas que iba cargando.

—¿Cuándo comenzaron sus síntomas?

—¿Síntomas?

—El dolor de cabeza, la pérdida de memoria y la falta de movilidad.

—El dolor y el desmayo, hasta hace poco.

—Ya veo... —siguió mirando sus hojas.

—¿Qué tengo?

Me pasó una placa de mi cabeza.

—¿Ve esta mancha? —preguntó mientras la señalaba.

—¿Cuando me sacaron una placa?

—Mientras estaba inconsciente —se aclaró la garganta—. ¿La ve?

—Sí.

—Es un tumor y probablemente sea maligno.

Sentí que la sangre se me iba a los pies.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now