«La sorpresa»

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Pasó el tiempo y la vida siguió sin esperarnos hasta que estuviéramos listos para seguirle el paso.

Abril seguía escribiendo, su libro había sido un éxito moderado. Yo trabajaba todos los fines de semana tocando en un bar y los demás días ensayaba con el grupo que había creado con mi amigo. Mientras los dos no estábamos en casa, Alicia se quedaba con mi padre, lo que la hacía muy feliz, ya que, de él recibía sus clases de guitarra.

Aquella mañana me desperté muy temprano para bañarme y arreglarme. Era la ceremonia de graduación, y más tarde sería la fiesta de graduados. Estaba muy emocionado.

Salí de la recámara y me dirigí al baño. Mientras pasaba por la cocina, me encontré a mi padre desayunando, ya estaba vestido con un traje elegante. Me saludó distraído.

Mientras me bañaba, escuché a Abril y a Alicia hablando afuera. También se habían levantado.

Después de arreglarme minuciosamente, salí del baño. Avisé para que el siguiente en la fila entrara.

Alicia apareció con el pelo alborotado, mientras bostezaba me saludó y entró a bañarse.

Me fui a sentar con mi padre y me quedé platicando con él hasta que estuvieron listas.

Cuando terminaron de arreglarse aparecieron frente a nosotros. Abril estaba preciosa, llevaba el mismo vestido que había usado el día que la conocí, aunque no se veía igual que en aquel entonces, ahora tenía el cabello más corto y el brillo había regresado a sus ojos.

—Te ves preciosa —le dije y estuve satisfecho con mirarla brillar.

—¿Te gusta? —dio una vuelta para mostrarme su vestido en movimiento.

—Me encanta.

Detrás de ella salió Alicia, quien estaba usando un vestido largo de flores, con un peinado de chongo y trenzas.

—¿Estás lista? —le pregunté y me respondió asintiendo.

—Me siento un poco rara.

—Te ves preciosa, hija.

Sonrió al escucharme llamarla hija y no por su nombre por primera vez. Me abrazó con fuerza.

Entramos junto a las demás familias al auditorio de la escuela. La última vez que había estado ahí había visto a Abril entre la multitud y ahora entraba en él con ella como mi esposa.

La ceremonia comenzó. Un profesor pasó a inaugúrala, pronunciando un pequeño discurso de despedida para todos los graduados, para después dar paso a la entrega de diplomas, en donde podíamos dar nuestros agradecimientos.

—Martín Vidal —anunciaron por fin.

Me levanté de mi asiento y subí las escaleras hacia el escenario. Recibí mi diplome y me dispuse detrás del micrófono.

—Buenos días a todos, voy a ser breve —aclaré mi garganta—. Dedico este diploma a mi padre siempre ha sido mi mayor ejemplo e inspiración como músico. Gracias a todos tus sacrificios, hoy puedo estar aquí —tomé una pequeña pausa porque sentí que la voz se me quebraba—. A Abril que es el amor de mi vida y a mi hija Alicia que hace de cada día de mi vida una aventura.

Mientras todos aplaudían, miré a mi padre llorar de alegría.

Me volví a sentar con mi familia y esperamos a que todos los demás graduados pasaran al frente.

Al acabar la ceremonia, todos nos reunimos afuera de la escuela para dirigirnos a la fiesta.

Acabó el evento y llegó la hora de dirigirnos a la fiesta.

—¡Por fin va a empezar lo bueno! —vino a saludarnos Miguel con su acostumbrada alegría.

Chocamos los puños.

—¡Hola! Alicia. ¿Cómo has estado? —la saludó Miguel.

—Bien, tío Miguel.

Mi padre se acercó a mí y me abrazó aún con lágrimas en los ojos.

—Gracias por compartir este logro conmigo. Estoy muy orgulloso de ti —me apretó con fuerza y se separó de mí—. Ya me voy a la casa, me llevo a Alicia conmigo. Diviértanse.

Alicia lo tomó de la mano.

—Nos vemos al rato.

—Alicia. Nos vemos al rato, mi niña —se despidió Abril.

Caminamos los tres hasta el auto y partimos hacia el salón de fiestas.

En la fiesta, permitimos que el caos tomara posesión de nosotros, que el olvido nos diera un breve momento para respirar y olvidarnos de lo dura y cruel que era la vida. Entre baile, canto y mucho alcohol me despedí de muchas personas a las que no volví a ver nunca.

Esa misma noche, antes de regresar a casa, tomé un pequeño desvío.

—Llegamos —le avisé mientras apagaba el motor del auto.

—¿A dónde me trajiste? —preguntó sonriente y me besó.

—Es una sorpresa.

Bajamos del auto y comenzamos a caminar por un estrecho camino de tierra tomados de la mano.

—Estuve investigando mucho hasta que encontré este lugar —comencé a explicar.

—Está muy oscuro, me da miedo...

Reí.

—Ya casi llegamos —la tomé de la cintura y guie sus pasos.

Caminamos por una subida por unos minutos y entonces nos encontramos con unos escalones de piedra. Subimos y la escuché suspirar del asombro.

La llevé justo a la barda que delimitaba el mirador. Con la boca abierta vimos las luces lejanas de la ciudad unirse con las estrellas.

—¡Es hermoso! —exclamó emocionada y el viento removió su cabello.

Aprovechando su mirada sobre la mía, doblé mi rodilla.

—Abril Romero, perdona por tardar tanto, ¿te quieres casar conmigo?

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero rio.

—¡Pensé que nunca lo harías! ¡Por supuesto que sí! —sonrió con los ojos vidriosos.

Saqué la pequeña caja aterciopelada de mi bolsillo, tomé el anillo y lo deslicé en su dedo. Me levanté y la besé apasionadamente.

—Gracias por haberme detenido esa noche —entrelazó mis dos manos con las suyas—. Estoy muy agradecida de haberte conocido y estoy segura que entregarte mi corazón es lo correcto. —depositó un suave beso sobre mis labios.

La tomé de la cintura y la besé tantas veces como pude.

—Te amo, Abril Romero.

Y el viento sopló fuerte en nuestros corazones. Era un viento fresco con aires de esperanza.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now