«Lo más importante del mundo»

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Al entrar al hospital, me encontré con Alicia en la sala de espera. Tenía los hombros decaídos y la vista pegada al suelo. Como si sintiera mi presencia, al acercarme, levantó la cabeza y me miró.

—¡Papá! —se levantó y me abrazó.

—¿Por qué estás aquí afuera? —pregunté, sintiendo los nervios de punta.

—Me pidieron que saliera. Le están haciendo estudios —me tomó de la mano—. Vamos a sentarnos hasta que nos digan que ya podemos pasar.

Tomamos asiento. A nuestro alrededor todo era un caos de lágrimas, sudor y dolorosas despedidas.

—¿Qué pasó? —pregunté con la voz quebrada.

—Desde ayer estaba teniendo cólicos y tuvimos que ir al hospital.

—¡¿Desde ayer?! —alcé la voz—. Hablé con ella en la noche, ¿por qué no me dijo nada?

—Hoy la acompañé a dejar a Alba a la escuela. Cuando regresamos, como se sentía mal, me ofrecí a hacer de comer, así que, mientras cocinaba, mamá se metió a bañar —suspiró con pesar—. Cuando terminé de preparar la comida llamé a mamá, pero no me contestaba, así que la fui a buscar al baño.

Alicia sollozó.

—¿Qué encontraste?

—La bañera estaba teñida de rojo con ella ahí adentro. No sé cuánto tiempo tenía desde que tuvo la hemorragia, pero se quedó allí, paralizada.

—¡No lo entiendo! —me llevé las manos al rostro—. ¿Por qué no me dijo nada?

—Le dije que te avisara, pero mamá no quería arruinarte tu sueño.

Comencé a llorar y Alicia me abrazó.

Minutos más tarde, por los parlantes del hospital, avisaron que podíamos ir a escuchar los informes.

Abril estaba estable y ya podía pasar a verla.

Una enfermera me guio por los confusos pasillos del hospital, entre puertas y escaleras, hasta que llegamos a su habitación.

Al entrar, me la encontré dormida. Estaba sola en la habitación. Como ya estaba oscureciendo, encendieron las luces. Estaba pálida, despeinada, vestida con una bata rosa y descansando en su dolor. Jalé una silla y me senté frente a ella. El ruido la despertó.

Abrió los ojos y me miró.

—Martín... —pronunció mi nombre entre un lamento y un suspiro lleno de pena.

Tomé su mano y la besé. Ella quería hablar, pero el llanto no la dejaba.

—Nuestro hijo... —pronunció entre lágrimas.

—Lo sé...

Lloré con ella.

—Yo... hice todo lo que podía. Estuve en reposo, no hice esfuerzos, y aun así... está muerto.

—No es tu culpa. Por favor, no te culpes por esto.

—Yo lo quería, Martín. Soñaba con él.

Limpié sus lágrimas.

—No sé qué haría si te pasara algo, Abril —pronuncié mientras la miraba a los ojos.

En silencio, la abracé.

Más tarde, cuando estuvimos más tranquilos, pudimos hablar claramente.

—¿Qué hiciste para estar aquí? —preguntó.

—Abandoné el concierto y vine corriendo.

Negó con la cabeza.

—No quería causar esto —lamentó—. No quería ser la causa por la que abandones tus sueños por los que tanto luchaste.

—¡No digas estupideces! —me levanté—. Ningún concierto o sueño tiene más peso que tú. ¿No lo entiendes todavía? Eres lo más importante en mi vida.

—Lo sé, perdóname, no te ocultaré nada de nuevo.

Me senté de nuevo y comencé a acariciar su rostro.

—Necesitamos estar juntos para superar esto.

Asintió.

Esa misma madrugada, mientras Abril dormí, salí al pasillo del hospital y le marqué a Miguel, pero todas mis llamadas fueron desviadas. Entonces llamé a Gabriel.

—Martín, ¿cómo está todo? —me preguntó.

—No muy bien.

—¿Le pasó algo muy grave?

—Perdimos un hijo.

Se quedó en silencio por unos segundos.

—Los siento mucho...

—¿Está enojado? No contesta mis llamadas.

—Mucho.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

—Dejaré la gira.

—Te entiendo, Martín. Yo haría lo mismo en tu lugar. Ella te necesita y tú debes de estar ahí.

—Eso es lo que me molesta —gruñí—. Se suponía que él era mi mejor amigo... y no lo puede entender.

No contestó nada.

—¿Pudiste encontrar un reemplazo? —pregunté.

—Sí, es una chica que conozco desde hace mucho. Es muy buena con la guitarra. Iba en la misma escuela que tú, tal vez la conozcas.

—¿Sí? ¿Cómo se llama?

—Mónica, y dice que te conoce.

El viento que trajo AbrilWhere stories live. Discover now