C A P I T U L O 4

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C A P I T U L O 4

La noche del 14 al 15 de abril de 1912 sobre las 23:40 horas el buque más seguro del mundo, el Titanic, chocó contra un iceberg. Aquella noche murieron cerca de 1.500 personas. Entre ellas miles de historias, de sueños por vivir.

Como los de Isidor e Ida Straus. Ellos viajaron en primera clase. Se casaron en 1871 y eran unos de los más ricos a bordo del buque. La pareja regresaba de sus vacaciones en Francia. Cuando se supo que el barco iba a hundirse, todos se apresuraron a los botes salvavidas para rescatar a los que pudieran.

Muchas mujeres y niños, así como personas de primera clase, tuvieron la oportunidad de abordar los botes salvavidas antes que los demás. Isidor e Ida también estaban incluidos, pero él se negó a abordar el bote y pidió a la tripulación que mejor ayudaran a las mujeres y los niños.

Al enterarse de que su marido no iba a subirse al bote, Ida tampoco quiso subir y en lugar de ella hizo subir a su empleada de limpieza inglesa a la que había contratado hace poco, para que salvara su vida. Luego le dio su abrigo de piel alegando ella ya no lo necesitaría.

Al parecer, Ida dijo; "No me separaré de mi esposo. Así como hemos vivido, así moriremos juntos". Los testigos recuerdan que la pareja fue vista por última vez en la cubierta agarrados del brazo y describieron la escena como la muestra de amor y devoción más extraordinaria jamás vista.

El barco se hundió a las 2:20 am y ambos murieron juntos el 15 de abril. Tras el naufragio, se enviaron barcos de búsqueda para localizar los cuerpos de los pasajeros. El cuerpo de Isidor fue identificado y enterrado en el mausoleo de la familia desafortunadamente, nunca encontraron el cuerpo de Ida. Entonces su familia recogió agua del lugar del naufragio y la colocó en una urna en el mausoleo donde descansan bajo una frase del Cantar de los Cantares que dice; "Ni las muchas aguas pueden apagar la llama del amor, ni las inundaciones ahogarlo".

Dicen que el amor es una trampa de la naturaleza, concebida para perpetuar la especia, puede que sea así. Pero para mí el amor es lo que me ayuda a conjugar el adiós. A conjugar bocanadas de aliento.

El amor es más poderoso que cualquier cosa, porque no hay bomba atómica, atentado o hundimiento que pueda destruirlo.

Y aunque cuando llega lo primero que te recorre el cuerpo es el miedo, no podía negar que era un miedo que quería descubrir. Quería quedar cara a cara con el miedo. Medirme con él y ver hasta donde éramos capaces de llegar, tanto él como yo.

- Está llegando – le comuniqué a David – déjame abrir a mí. – le propuso al escuchar el timbre.

- ¡Vaya! – se quitó las gafas de sol y observó la fachada de esa casa – al final vas a ser un buen partido.

- Pasa anda – me aparté para dejarla entrar y le ayudé a desprenderse de su abrigo. - ¿Has traído la pandereta? – pregunté sonriente.

- Depende – me miraba sería y con los brazos en jarras.

- ¿Cómo que depende?

- ¿Era enserio o te vas a reír de mí?

- Sabela, hablaba completamente enserio – le dije.

- Entonces sí la he traído – respondió contenta y rebuscando en la gran mochila que cargaba.

- ¡Perfecto! Entonces ya estamos preparados para empezar con los villancicos.

· somos lo que soñamos ser ·Where stories live. Discover now