C A P I T U L O 28

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C A P I T U LO 28

Como un suspiro se la arrancaron de sus brazos sin apenas dejarnos verle la carita, sin apenas dejarnos disfrutar de sus llantos. Ver sus ojos, su nariz o sus labios. Sin dejarnos ver cómo era o a quien se parecía. Sin dejarnos apreciar el milagro de la vida que era traer a un niño a este mundo como algo se había convertido en alguien y ese alguien en tu todo, pero su oxigeno estaba fallando y era mejor llevarla rápidamente a neonatos.

Automáticamente después de eso corrí hasta la puerta para no dejar perder de vista aquella cuna de plástico trasparente que se llevaban sin decirnos nada, pero antes de salir pude verla a ella, su rostro se tornó serio, sus lágrimas empezaron a amontonarse en sus ojos y lo que más me dolió, su espalda me dijo hasta luego.

- Lo siento, pero no puede pasar, se lo digo de verdad, es el protocolo – me repetía una acalorada enfermera que cuidaba aquella puerta como si de su vida dependiera.

- Necesito saber cómo está mi hija, la acaban de traer, acaba de nacer – dije con mis ojos vidriosos – es prematura y aún no tiene ni nombre.

- Lo siento mucho, de verdad, pero tiene que entender que es el protocolo. Todos los bebés que están aquí dentro se encuentran muy indefensos, todos son prematuros como su hija y si yo le dejo entrar sin consentimiento usted podría contagiarles algo.

- ¿Cómo voy a contagiarles algo? ¡que no tengo el virus del ébola! Solo quiero saber cómo está mi hija.

- Un simple catarro podría matarse. Entiéndame señor. Estoy segura que en cuanto estabilicen a su hija su médico pasará a darles el parte. Podrá contestar a todas sus preguntas mejor que yo. Solo tiene que esperar. ¿Por qué no vuelve a la habitación con su mujer? Ella también le necesita con ella.

Y algo me hizo clic en la cabeza. La había dejado sola, abandonada en aquella habitación mientras le aseaban después de un parto sin bebé. Todas las madres lucían sonrientes con sus bebés en brazos. Algunos lloraban, otros ya se habían enganchado perfectamente a la teta de sus madres, pero ella no tenía nada de eso ni siquiera uno de esos llorones que hacen que te quieras arrancar la cabeza. Y encima yo la había dejado sola.

- Lo siento cariño – dije asomando mi nariz de nuevo en aquella habitación. – No he podido verla – sentándome en el borde de su cama – no sé cómo está, pero me han asegurado que en breve vendrán y nos informarán de todo.

- No quiero visitas – me dijo recostándose más en la cama.

- Cariño tus padres están ahí fuera, querrán saber cómo te encuentras – dije acariciando su mejilla.

- Diles que hoy no me apetece ver a nadie.

- Sabela, por favor. – la miré fijamente, pero ella apartó su mirada – Sabes que todo va a estar bien ¿verdad?

- Ni siquiera tú lo sabes – me reprochó mirando hacia el lado de la pared.

- Si lo sé, porque la escuché llorar y pude comprobar lo fuerte que eran sus pulmones.

- No recuerdo ni su cara – continuó.

- Seguro que la más bonita de todo el hospital, como la de su madre – acariciando su espalda.

- Era muy pequeña – siguió.

- ¡Ya crecerá! Hay niños pequeños y niños grandes. Lo que no hay son niños sin nombre. Creo que es buen momento para retomar aquella pelea. – dije sonriendo al recordar aquella tarde cuando acabamos sin hablarnos porque no nos poníamos de acuerdo en ningún nombre.

· somos lo que soñamos ser ·Where stories live. Discover now