C A P I T U L O 8

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C A P I T U L O 8

Salí tras un sonoro portazo y bajé los peldaños de dos en dos con su voz desgarradora de fondo pidiéndome que regresara pero lo que ella no sabía, es que era mejor que no lo hiciera.

El fuego empezaba a apoderarse de mí. Dudé un par de veces si coger el coche en ese estado de ira en el que me encontraba y finalmente... lo hice. Arranqué el motor y conduje sin saber a dónde. Era como si aquel automóvil anduviera solo, como si alguien que no fuera yo estuviera llevando los mandos. Y cuando detuve el coche delante de su portal comprobé que efectivamente no era yo quien llevaba el coche sino mi subconsciente y mi lado malo que tenía ganas de devolvérsela a Sabela.

Detuve el coche enfrente del portal pero no salí de él, simplemente me dediqué a observar. Observar como una señora de unos sesenta y muchos paseaba sonriente a su perro, como una pareja de enamorados andaban cogidos de la mano y parando en cada portal para darse un beso, su ventana que tenía las cortinas descorridas, sus luces del salón encendidas y a ella observando por la ventana. Ella, siempre ella... Aitana.

Llevaba un jersey grande de esos que le gusta ponerse para estar por casa y su corto pelo anudado en un moñete alto para que no le molestara. En sus manos descansaban una taza que me traía muy buenos recuerdos y que a juzgar por las horas debía ser algún té con jengibre y miel de los que tanto le gustaba hacerse. Estaba simplemente preciosa y me maldecía por haberla dejado escapar. Por no darle una segunda oportunidad que tantas veces entre sollozos me pidió.

Anonadado por ella, en uno de los momentos miró hacía donde yo estaba aparcado y rápidamente disimule escondiéndome dentro del automóvil, recé porque no me hubiera visto. Pasados unos minutos y despacio, volví a fijar mis ojos en aquella ventana. Ella seguía allí aunque estaba vez no parecía preocuparle lo más mínimo que un coche parecido al mío estuviese aparcado frente al portar de su casa. Esta vez estaba ocupada sonriendo a la persona que tenía al lado. A la persona que miraba como un día me miró a mí. A la persona que besaba con delicadeza una de sus mejillas. "Espero que la trates bien o tendré que matarte" pronuncié al aire sin perder de vista aquella ventana.

De nuevo arranqué el coche hasta llegar a un sitio al que posiblemente si me esperaban o si no, me habrían la puerta cada vez que me decía a llamar.

- Luis – dijo Cris abriendo la puerta de casa algo despeinada.

- ¿Molesto? – pregunté bajando la mirada.

- ¡Qué va! ¡Pero como vas a molestar tu hombre! – me dijo abriendo bien la puerta de su casa invitándome a entrar – Roi no está – me informó.

- ¡Vaya! no lo sabía, lo siento Cris. Tengo la cabeza en otro sitio – me giré en dirección opuesta a la que llevaba para salir de aquel habitáculo.

- Luis... - me giré – Roi no está, pero a lo mejor puede servirte yo – sonreí, en el fondo me conocía demasiado. – Anda vamos, ¿te apetece una copa y me cuentas?

- No debería beber, tengo el coche abajo.

- Pues entonces puedo hacerte un té. – solté una carcajada.

- Un té estaría bien.

El silencio entre ella y yo empezaba a resultar incómodo. Solo se rompía cuando se escapaba un sorbo más alto de lo normal o cuando perrita, Rosita, se acercaba para inspeccionarme de nuevo.

- Bueno vas a contarme ya en que puedo ayudarte – se atrevió a romper el hielo.

- Creo que me he comportado como un capullo – bajé la cabeza – y venía a ver si Roi me hacía creer que no lo había sido, que tenía razones para hacerlo.

· somos lo que soñamos ser ·Where stories live. Discover now