C A P I T U L O 24

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C A P I T U L O 24

- No estés nerviosa – le dije apretando fuerte su mano entrelazada con la mía.

- Necesito entrar y saber que todo está bien.

- Todo va a estar bien ya lo verás. No hay ningún motivo para pensar lo contrario – le recordé intentando tranquilizarla.

Su pierna derecha se movía al mismo ritmo que en segundero de aquel reloj negro que decoraba una de las paredes blancas de la sala. Estaba realmente nerviosa y yo solo quería ser el antídoto que lograra tranquilizarla.

A los veinte minutos de estar allí una señora, más o menos regordeta, rubia y de unos sesenta largos, salió con su carpeta y su bolígrafo en mano y anunció su nombre y sus apellidos; "Sabela Ramil, podéis pasar".

Nos miramos y sus ojos parecían cristalizados. Apreté nuevamente su mano con la mía y me levanté tirando de ella obligándola a hacer lo mismo.

Aquella consulta no era muy grande. Pensé que para ser una consulta privada, no se habían tomado demasiado empeño en la decoración. Paredes blancas, sobre ellas los títulos que cualificaban a aquel señor como médico. Una mesa de color madera oscura con un ordenador ya pasado de años dos sillas tapizadas en negro delante de la misma y al fondo una camilla de piel blanca con todos los utensilios propios.

- Buenos días chicos – comenzó hablando el señor. – soy el doctor cervantes y voy a estar con vosotros durante el seguimiento de tu embarazo – dijo señalándola a ella – a partir de ahora somos como familia – sonrió haciendo que ella también lo hiciera – cualquier duda que te surja. Cualquier malestar... solo tienes que ponerte en contacto conmigo. Esta es mi tarjeta – entregándosela – ahí está mi número de teléfono. Puedes llamarme a cualquier hora del día, no tomo descansos, no tengo días libres ni cojo vacaciones muy a pesar de mi esposa – sonrió de nuevo. - ¿Novatos verdad? – preguntó, está vez también me miró a mí.

- Sí, ¿tanto se nota? – preguntó Sabela.

- A decir por las revoluciones de vuestras piernas ya deberíais estar por lo menos en otro continente. – los dos las miramos inconscientemente. – No os preocupéis enserio a no ser que tengáis alguna duda con el embarazo.

- No, no – se apresuró a decir ella y luego me miró buscando aprobación.

- No le vamos a mentir doctor – articulé por primera vez desde que habíamos entrado en aquella consulta – no es un bebé buscado, más bien es un bebé encontrado – sonreí mirándola a ella – pero es nuestra mayor ilusión. Desde que nos enteramos cada noche planeamos como será o como seremos nosotros cuando venga. Si seremos buenos padres... por eso necesitamos comprobar que todo esté bien. Que tanto ella como el bebé estén en perfectas condiciones porque eso es lo importante – aquel doctor sonrió.

- Vamos a empezar por algunas preguntas....

Después de perder un gran tiempo en preguntar por todos los antecedentes de ambos, enfermedades, problemas intelectuales y hasta colores favoritos, acompañó a Sabela hasta la camilla y después me invitó a mí alegando que el padre no podía perderse ese gran momento.

No podía apartar mi mirada de ella. Esta pletórica, desprendía luz y aunque estaba nerviosa porque no sabía nada de cómo estaba el bebé yo sentía que esa mujer, ahora, podía parar el mundo con su mirada.

Y entonces descubrí como se siente uno cuando es el mejor día de su vida.... Aquellos bombardeos que más parecían un ejército a caballo en el lejano oeste que los latidos de mi hijo. Mi hijo, antes de aquel momento no había usado esa expresión, esa expresión que me daba de bruces con la realidad y que me confirmaba que era cierto, mi hijo estaba de camino.

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