C A P I T U L O 13

409 20 19
                                    

C A P I T U L O 13

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que algo deje de doler?

En el colegio en cuarto curso recuerdo un día que me caí jugando al baloncesto y me rompí el tobillo. El médico dijo que me dolería un tiempo pero que después dejaría de doler y que eso significaría que se estaba curando. ¿Cuánto tiempo? Pensé.

He descubierto que el tiempo no es un espacio temporal sino una sensación que empieza a exteriorizar tu cuerpo y no se contabiliza en días, minutos o segundos sino en... tiempo, valga la redundancia.

¿Una semana es mucho tiempo?

Una semana son siete días. Ha tenido que aparecer la luna e irse al menos 7 veces...

Una semana son 168 horas.

Una semana son 10.080 minutos.

Una eternidad, visto así.

Aunque una semana no fuera suficiente para mí.

- Buenos días dormilón – me susurró besando mi barba y acariciando mi mejilla.

- Ummm – gruñí.

- Ehh, despierta. Ya ha salido el sol – insistió de nuevo esta vez deslizando su mano por mi torso hasta toparse con mis pantalones.

- ¡Sabela! – le recriminé.

- ¿Qué? – soltó una carcajada

- ¿Nos hemos levantado juguetonas, eh?

- ¿Y tú no quieres jugar? – insistió mordiendo mi barbilla.

- Estoy reventado ya sabes que estos días estoy durmiendo fatal. Llevo el horario cambiado. Ya sabes que compongo por las noches. – me excusé.

- Lo que sé es que parece que compones de noche para no venir a la cama conmigo. – abrí los ojos.

- ¿Estas insinuando algo? – me incorporé.

- No, porque no sé qué coño te pasa pero tú no estás normal. Y no me cuentas que te pasa y no te puedo ayudar. Estás cerrado.

- No es nada Sabela, te lo juro pero es que no me encuentro bien conmigo mismo, debe de ser el estrés. Necesito descansar, solo es eso.

- A mi tu no me engañas – refunfuñó con los brazos cruzados sobre la cama – yo no nací ayer Luis Cepeda. Solo espero que en algún momento te armes de valor y me cuentes lo que te preocupa porque tus problemas, cariño – masajeó de nuevo mi barbilla – también son los míos, me importas y no quiero ver esa cara de alma en pena que llevas desde hace una semana.

Miedo. A perderla, a defraudarla a hacerle daño. A sentirme como la persona que detestaba y en mi teléfono móvil un mensaje.

"¿Qué tal vas? Sabes, echo de menos tu pelo revuelto sobre la almohada, está muy fría." Aitana.

Y el miedo empezaba a trepar por mis tobillos hasta llegar a mis rodillas que empezaban a fallar. Y ahora el miedo se había trasformado. Se había convertido en miedo a no ser capaz, a no poder controlar la sensación que recorría mi cuerpo cuando ella aparecía en juego.

- ¿Qué haces? – me preguntó llamando mi atención apareciendo por detrás casi por sorpresa.

- Nada, ordenando correos que tenía por leer – mentí rápidamente.

· somos lo que soñamos ser ·Where stories live. Discover now