C A P I T U L O 36

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C A P I T U LO 36

- ¿Cómo recuerdas aquel día? ¿Después de todo has conseguido olvidarlos? – me preguntó Ricardo bajando sus gafas y mordiendo una de las patillas.

- Creo que jamás olvidaré aquel día – le respondí con mi mirada fija en el suelo.

- No te pido que lo olvides, ya sabes que nunca te lo pediría – me cortó Ricardo.

- Lo sé – le sonreí levemente.

- Ya sabes que no se trata de olvidar Luis – continuó cerrando por completo las gafas y sosteniéndolas en una de sus manos – y mucho menos por ella.

- Por ella estoy aquí, bueno y por... - el me hizo una seña para que no fuera por ahí – no estoy aquí para olvidar si no para saber sobrellevarlo, se lo debo a Blanca.

- Exacto, por Blanca has de recordar y saber canalizar tus emociones para un día poder contarle la verdad.

- Igual cuando todo esto acabe decido romper esa cinta – dije mirando fijamente a la cámara que no dejaba de grabar.

- Cuando todo esto acabe puedes decidir lo que quieras – me sonrió cómplice. – Volvamos a aquel día, ¿Qué recuerdas?

- Recuerdo el olor. El olor aún no he podido quitármelo de la cabeza – él volvió a colocarse las gafas y abrió aquella libreta donde apuntaba cosas que para mí no tenían ningún significado – y los pitidos. Los pitidos de mis oídos mezclados con las máquinas. No recuerdo voces, no recuerdo caras solo el olor a quemado y los pitidos insistentes.

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- Soy Luis Cepeda – dije entrando acalorado pero arrastrando mis pies con miedo a llegar hasta aquel mostrador – me acaban de llamar, - miré como una de las enfermeras le hizo una seña a otra – al parecer han ingresado a mi mujer Sabela, se llama Sabela.

- Acompáñeme un momento – dijo una de las chicas que había detrás del mostrador – espere en esta sala y enseguida vendrá el doctor a hablar con usted – paré en seco mirando hacia atrás.

- Un momento, ha venido alguien conmigo, está aparcando el coche, me gustaría avisarla – con mi dedo en alto y buscándola con la mirada.

- ¿Es familiar? – negué con la cabeza – creo que será mejor que pase usted solo, yo puedo avisarla.

Aquella sala no me gustaba. Me senté en una de las sillas acolchadas y escondí mi cabeza entre mis manos. Podía oír el sonido de mi corazón a punto de salirse por la boca y el vibrar de mi teléfono insistente en mi bolsillo derecho del pantalón.

- Buenas tardes siento el retraso – interrumpió un joven doctor de bata blanca y pelo abundante y oscuro. – Soy el doctor Velázquez – me dijo tendiendo una mano, no me levanté – Amancio, me llamo Amancio – se sentó a mi lado y le miré de reojo.

- Solo le pido que no se ande con muchos rodeos – pude decirle.

- No lo haré – dijo apartando su bata e inclinando su cuerpo hasta descansar en sus brazos con sus rodillas – ha sido un accidente muy aparatoso – me giré hacía él – un camión se saltó un stop y los arrolló en un cruce. Su mujer ha sido la peor parada porque cuando llegó el equipo de urgencias el coche empezó a arder y sacarla fue más complicado.

- ¿Sufrió? – pregunté incorporándome. Él negó su cabeza.

- Llegó en parada, fue un golpe en el acto y poco pudimos hacer. Fui yo la que la atendió. – bajó la cabeza – he podido mantener sus constantes pero su cerebro no responde, no hay vida, lo siento muchísimo.

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