C A P I T U L O 31

331 21 3
                                    

C A P I T U LO 31

Durante aquel año caminaba de puntillas sobre mi vida. Me sentía un extraño en mi propia casa. Un combatiente en mitad de una guerra que no decidió empezar. Expectante por no saber ni por donde ni en qué momento iban a empezar a caer las bombas.

Acostumbré a vivir más de noche. Algunas noches ella me esperaba en ropa interior sobre la cama y disfrutábamos como lo hacíamos antes. Como dos antiguos adictos que se reencuentran en un momento de lucidez. Sorbía cada peca de su cuerpo incluso dejando pequeños moratones por la intensidad, disfrutándola cada segundo que eso pasaba por si no se volvía a repetir.

Otras noches disfrutaba de la tranquilidad que me producía el silencio de mi estudio, revuelto entre papeles y la luz de la sonrisa de insomnio de mi hija aferrada a su segundo biberón de la noche.

Y es que lo que era cierto es que ella no estaba bien. Lo sabía cada momento que la miraba a los ojos. Con cada expresión, con cada jadeo tirando de mi pelo con rabia con cada suspiro... ella no estaba bien y me estaba arrastrando a mí con ella. Los botes en ansiolíticos se amontonaban en su mesilla de noche al igual que lo hacían las llamadas de sus seres queridos. Cada día salía menos de casa, es más, siempre buscaba una excusa para que fuera yo el que lo hiciera. Siempre estaba cansada, le dolía la cabeza... pero cuando supe que la realidad había tocado fondo fue aquella tarde en la que regresé a mi casa después de una tarde de composición con David y los gritos de furia y los cristales estamparse contra el suelo se escuchaban desde el portal, seguidos por los llantos incansables de mi hija.

Recuerdo el nudo de mi garganta que se quedó atrancado en lo alto de mi campanilla y estuvo allí durante un par de días. Subía los escalones de dos en dos hasta darme de frente con la puerta de mi casa, 207 escalones para ser exactos, y en cada uno de ellos los gritos de Blanca eran cada vez más persistentes.

- ¡Sabela! – abrí de un manotazo la puerta tirando las llaves en el suelo y apresando su cuerpo contra el mío evitando que estampara un nuevo vaso contra el suelo – ya está cariño – acaricié su cabello, Blanca seguía llorando sentada sobre la alfombra del salón – ya estoy aquí.

- No me dejes – susurró mientras caíamos abrazados al suelo. – no me dejes, repitió.

- ¡Qué dices! – la hice callar acariciando su rostro - ¿Qué ha pasado? – pregunté cuando su respiración se calmó al ritmo que los gritos de mi hija que sonreía al reencontrarse conmigo.

- ¿Sabes que hoy ha dado sus primero pasos? – me informó Sabela sorbiendo su nariz – se ha resbalado con un juguete y se ha dado un porrazo, el chichón le durará un par de semanas.

- ¡Eso es cosa de niños!

- Estuve un rato observándola tirada en el suelo – la miré fijamente – pensé que si me quedaba quieta pronto pararía de llorar y acabaría esta pesadilla. – la aparté un poco de mi sujetándola fuerte por los brazos. Me levanté y cogí a mi hija en brazos acercando su pequeña cabeza a mis labios. – tranquilo, luego le puse crema en su frente – continuó aun sentada en el suelo.

- ¿Y que pasó después? – pregunté sin soltar a mi pequeña.

- Me sentí sucia. Había estado 20 minutos llorando porque fui incapaz de levantarla y ver que se había hecho.

- Sabela no estás bien – susurré bajando la mirada.

- Lo sé – respondió bajando su cabeza – ella era lo que más quería en el mundo Luis. Cuando descubrí que estaba embarazada una emoción invadió todo mi cuerpo y tanto fue así que no pude callármelo y lo publiqué a los cuatro vientos. He pasado un embarazo maravilloso contigo siempre a mi lado. Siempre amoroso y cuidadoso. Pero todo se complicó y ahora nada de esto es como lo imaginaba. Ella no me quiere, yo no la quiero y a veces siento que tú tampoco me quieres.

· somos lo que soñamos ser ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora