C A P I T U L O 30

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C A P I T U LO 30

Mi abuela siempre decía que la memoria es traicionera, y tenía razón. Cada uno recuerda lo mismo de una manera diferente. Los momentos, las imágenes... todo eso queda en la memoria y así vamos construyendo nuestra historia.

Esta es la mía, la historia que yo decidí recordar sobre todo para que un día pueda ser leída, para que todo el mundo sepa la verdad. Esta es la historia que yo decidí contar, con la memoria y el corazón.

Dos meses después de haber ganado un par de kilillos, poder respirar por ella misma y lucir un pelazo que ya querrían muchos... nos dieron el alta.

Nos metieron de una patada en la línea de salida porque quitando el miedo, no nos estábamos enterando de la paternidad, porque era muy fácil pasar con ella el día, meciéndola y dándole de comer y después, se quedaba allí y aunque vivíamos angustiados por cómo podía estar, veía la sonrisa tranquilizadora de Sabela cada vez que cruzábamos la puerta de aquel hospital con dirección a nuestra casa.

Pero ahora de repente todo se había vuelto real. Nos habían colocado en la línea de salida con una patada y la verdad es que ahora es cuando más completamente cagado estaba. Y a mí que no me gusta el rock ni el roll llegamos a casa con una niña con unos pulmones al más puro estilo de Steven Tyler en Crazy, y una mujer que más que andar arrastraba sus pies hasta su cuna y la miraba sin entrometerse mucho en aquella burbuja tan suya.

Pero como dice mi madre... hijo, todo en esta vida se supera. A todo se aprende a hacer y así fue... después de unos meses de crianza una crespa al estilo espinete, una sonrisa que encandilaba a todo aquel que se acercaba a decirle algo y unos ojos que pocas veces se cerraban para no perderse el mundo, conseguí cambiar pañales con una mano, dar biberones mientras tocaba la guitarra. Acunar con los pies y aprovechar los momentos de silencio para recordarle a la mujer más quería que lo seguía haciendo.

A medida que las hojas del calendario iban cayéndose ella cada vez se sentían más cómodas la una con la otra. Lo cual me producía un tremendo respiro ya que podía alejarme de las trincheras al menos un par de horas aunque solo fuera para trabajar.

- Volveré en media hora – anuncié besando la cabeza de Sabela – te lo prometo no me hagas morritos que sabes que pocas veces puedo decirte que no.

- ¿Me traes algo para comer? – preguntó sentada en el sofá con la niña entre sus brazos.

- ¿Algo dulce? – sonreí.

- Algo dulce estaría genial.

- Princesita papá se tiene que ir – dije está vez acercándome a la niña que estiraba sus bracitos para que la cogiera de los brazos de su madre – vas a quedarte con mamá así que prométeme que vas a ser buena – acerqué mi dedo meñique hacia el suyo y lo enrosqué a modo de promesa – perfecto, sabía que eras una buena chica. Te llamó cuando vaya a salir por si necesitas alguna otra cosa.

- Voy a salir al parque con ella. Me ha llamado Isabela y he pensado que sería buen plan – la miré sorprendido. – lo digo por si me llamas y no me entero.

- Me parece perfecto cariño. No tardaré más de tres horas – besé sus labios antes de salir del apartamento girándome una vez más para comprobar que las dos se quedaban tranquilas la una con la otra.

Juró que mentí. Mentía muchas veces, vamos lo normal en todas las relaciones, mentiras piadosas que simplemente soltaba para escapar de mi buque personal.

- ¡Luis! – gritó mi acompañante desde una mesa al fondo del bar – Te he mandado dos mensajes, tío te has retrasado.

- Lo siento Roi, pero es que ya sabes como de difícil es salir de casa.

· somos lo que soñamos ser ·Where stories live. Discover now