C A P I T U L O 27

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C A P I T U LO 27

Reconozco que una de mis historias favoritas, aquella que mi madre me habrá contado más de mil veces, es la de mi nacimiento. Igual que con algunos cuentos, la historia de mi nacimiento me encantaba que mi madre me la repitiera una y otra vez.

Y es que no sé qué es lo que me gustaba más, si la peripecia vital que vivieron mis padres el día en el que yo vine a este mundo o la forma en la que me la contaba mi madre en primera persona, viviendo en cada reato aquel momento como si hubiera ocurrido hace sólo dos días.

Había llegado su turno. Le tocaba a él escribir su historia para ser contada cada día durante el resto de su vida...

Jamás había corrido tanto en tan poco tiempo. El dolor de piernas me llegaba casi hasta los muslos, pero no quería pasar ni un minuto más sin estar a su lado. Así que dejé de todo de lado para dedicarme completamente ella y a la personita que llevaba en su interior y que no podía esperar más allí dentro.

Sus lágrimas se aglutinaban en sus ojos y se resbalaban por sus mejillas hasta llegar a tropezar con sus labios, por mucho que yo me empeñaba en tranquilizarla, aunque estoy seguro que todos y cada uno de mis órganos se movía como un flan en mi interior.

Después de un par de horas de silencios y miedos llegó un celador que nos acompañó hasta la sala de monitores para comprobar cómo se encontraba el bebé.

- Buenas tardes chicos soy Marga – saludó tendiendo una de sus manos – soy la matrona encargada de haceros la vida más fácil hoy. Si tienes cualquier molestia, cualquier duda me llamas desde el botón rojo que encontrarás en el cabezal de la cama. Bien ahora vamos a ver cómo está este pequeñín – conectando las correas y demás cables a una de las máquinas de la sala que avisaba de las pulsaciones tanto del bebé como de Sabela. - ¿Es vuestro primer hijo? – preguntó amable.

- Si – contesté después de un rato. Esperaba que lo hiciera ella, pero no tenía demasiadas ganas de conversar con nadie. - ¿tanto se nos nota?

- Tenéis la palabra primerizos escrita en vuestra frente – dijo para después soltar una carcajada. Veamos – dijo tocando diferentes botones de aquella máquina que emitía pitidos molestos – Así mejor ¿verdad Sabela? – pregunto sonriente y acariciando una de sus piernas después de apagar el sonido de aquella máquina.

- Gracias – les respondió aún con la voz entrecortada de tanto llorar.

- Me han dicho que no sabéis lo que es – señalando su tripa, los dos negamos – eso es muy bonito, ya nadie hace eso. Cuando llegan a la consulta lo primero que preguntan es el sexo del bebé y a mí me parece tan bonito que no lo sepan que a veces les digo que no se ve, para mí pierde todo su encanto. ¿Estás muy nerviosa pequeña? – le preguntó para que dejara de mirar los cables y la mirara a ella, que mantuviera una conversación con ella, pero ella solo movía su cabeza en sentido afirmativo. – no tienes que preocuparte de nada. En cuanto nazca le haremos un examen para comprobar que todo esté bien. Le mediremos y pesaremos y le llevaremos a una incubadora, hoy en día los bebés prematuros sobreviven todos, las incubadoras son un gran adelanto.

- Si todo está bien... - soltó como un susurro. - ¿Qué pasa si todo está mal? – preguntó al borde del llanto.

- Si algo va mal, cogeremos a tu bebé y haremos todo lo posible por que se ponga bien en la menor brevedad. Queda poco líquido en la bolsa, pero el bebé está perfectamente. Os voy a dejar un momento solos y enseguida vuelvo. Sabela – la llamó desde el marco de la puerta antes de salir – disfruta de estas horas, son las mejores y quiero que las recuerdes así.

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