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Y el verano había pasado. Nuevamente volvían a clases, a su segundo año universitario.



— Bueno, ¡ya no somos los bebés de primero! —exclamó Roger con alegría.


— No, somos los preescolares de segundo —dijo Michael.


— Ya cállate, arruinaste mi chiste —lo riñó y Michael rió.


— Allá está Bri —dijo Roger y lo llamó, el rizado fue con ellos.


— Hola, ¿cómo han estado? —preguntó.


— Genial —sonrió Roger con una sonrisa algo boba al ver como iba vestido el rizado, que era una camiseta de los Beatles con una camisa negra por encima y unos jeans rasgados. Michael lo notó y sonrió, pero no dijo nada.


— Qué bueno —dijo—. Mismos dormitorios, ¿no?


— Sí, estamos al frente —respondió Roger.
 


—  Eh... iré a ver a Riley —dijo Michael y se fue para dejarlos solos.


— Esto... es bastante distinto a primero, ¿no? —comentó Brian.


— Sí —sonrió Roger mirando al suelo—. Bastante.


— Hey, pero... tampoco tanto, ¿no?


— Un poco —dijo sonriendo levemente.


— Te preguntaría qué hiciste en el verano, pero nos vimos básicamente todos los días —comentó Brian y Roger rió.


— Sí —dijo—. Así que... ¿cómo fue el camino a la universidad?


— Bastante bueno —dijo—. ¿El tuyo?


— También.


No tenían tema de conversación, así que decidieron subir a las habitaciones y ordenar sus cosas allí.


Se veían a menudo y salían como amigos. Por lo visto, aquello eran, amigos —que fueron pareja y que seguían teniendo sentimientos por el otro—.


Roger había ido otras tres veces más a testificar al juicio, mientras que Brian había podido encontrar los papeles. Habían ganado, el hospital había sido sancionado y los May sentían que habían vengado al padre de la familia de una forma correcta y justa.


Por lo que el único asunto que quedaba pendiente en la vida de Brian era recuperar a Roger.


Y hacerlo por completo.


Aquella tarde de otoño, los chicos iban saliendo a una fiesta de Halloween. Cada uno disfrazado, Michael de zombie, William de fantasma, Brian de vampiro y Roger... bueno, él decía que era Harry Potter.


Y así fueron. La fiesta estaba repleta, todos con disfraces, mientras charlaban, bailaban o bebían. A fin de cuentas, son las cosas que se hacen en una fiesta universitaria.


— Pudimos habernos disfrazado de los Beatles, pero no quisieron —comentó Roger mientras entraban.


— Yo tengo comprado el disfraz desde noviembre, estaban en oferta —dijo William entre risas.


— ¿De verdad te conseguiste el disfraz completo? —preguntó Michael.


— Los lentes ya los tenía—explicó Roger—. Solo ya no debía usarlos, la cicatriz era cosa de pintarme con plumón rojo y lo demás es un uniforme.


— Ajá, ¿y la capa? —volvió a preguntar.


— Pues esa la compré...


— Roger, ¿cuánto gastaste? —preguntó Brian.


— ¿Veinte dólares?


— ¡Roger!


— Da lo mismo —rió—. Vale la pena.


— No sabía que Harry Potter usaba zapatillas brillantes y... rosadas —dijo William riendo.


— ¡Son mías! Son mis favoritas, las quería usar —dijo.


— ¿Aún te quedan? —preguntó Brian recordando que el rubio las usaba cuando habían comenzado a salir.


— Sí —rió—. Son muy lindas, ¿no?


— Sí, lo son —sonrió Brian.


Y siguieron en la fiesta.


— Eh... no sé, nunca lo he echo...


— Vamos, Rog, te va a gustar —dijo Brian.


— Me asusta...


— No pasará nada, además estoy aquí.


— Bien —tomó aire y bebió un trago de la cerveza que Brian le estaba ofreciendo—. No está mal...


— Te dije que te gustaría —rió—. Solo no te acostumbres.


— Tranquilo, no lo haré —rió levemente.


Bueno, no terminó muy bien. Roger se pasó un poco de la línea y se perdió del resto del grupo.


— ¿Así que Harry Potter?


— ¡Hola, Marty! ¡Hola Ed! —exclamó algo mareado.


— ¿Te invito un trago?


Mientras, los demás lo buscaban. No lo encontraban en ningún lado, pese a estar preguntándoles a todos. Brian comenzaba a preocuparse y le marcaba a su celular sin conseguir una respuesta.


Y por esas cosas de la vida, lo vio hablando con Marty y con Edgar. Se acercó, pero se lo llevaban, notó que Roger estaba fuera de sí, así que se preocupó más y comenzó a comer entre la multitud.


— ¿Tú empiezas?


— Dios, no, no quiero nada con este imbécil —dijo Marty.


— Entonces ¿para qué me ayudaste a esto?


— Porque por su culpa estuve en prisión, ¿comprendes? Así que adelante, yo me voy —dijo y luego salió por la puerta.


— Bien, Roger... dios, te dormiste —masculló molesto—. Bueno, da igual.


Brian entró y lo vio encima del rubio. Lo sacó y comenzó a golpearlo allí mismo. Encima del tipo, le proporcionaba golpes en el rostro y el tórax mientras la rabia lo consumía vorazmente Roger estaba inconsciente aún, y pronto otros comenzaron a llegar a ver lo sucedido. Separaron a Brian de Edgar, que ya comenzaba a sangrar, y le dijeron que se calmara. Todo fue muy rápido.


— Me llevaré a Roger a las habitaciones —dijo—. Y para que ningún imbécil le haga nada, me quedaré allí.


— Podemos acompañarte —propuso Michael.


— No, yo iré —suspiró y se lo llevó.


Cuando entró, le sacó los zapatos y lo metió a la cama. Suspiró. Ya era la cuarta vez que alguien intentaba hacerle algo así a Roger. Hablaría con el rector de la universidad para que expulsaran a Edgar, pero Roger necesitaba descansar.


De pronto, el rubio comenzó a despertar, aún algo ebrio, y a hablar cosas sin mucho sentido. Brian rió levemente por varias cosas, pero una lo dejó pensando.


— Sabías... —eructó—... que si Bruce Lee hubiera sido vegano... ¿hubiese cambiado su nombre a Broco Lee? ¿Entiendes? ¡Tú eres vegano!


— Sí, lo soy —sonrió.


— Porque te gustan los animales... y los duendes mágicos que venden en los supermercados.
 


— ¿Qué?


— Sí... esos duendes de colores... hay uno celeste que se llama fucsia.


— No creo que se llame así —rió Brian.


— Así se llama... pero ríe de nuevo, tienes una sonrisa bonita.


— Rog, ¿Sabes lo que intentaron hacerte? —preguntó.


— Creo... estoy mareado... —sintió náuseas y al notarlo, Brian le acercó una cubeta, Roger vomitó allí y el rizado le sostuvo el cabello—. Eres tan dulce conmigo...


— Roger, es solo lo que me corresponde, si no lo hiciera, sería un asco humano —respondió.


— Pero lo eres... pudiste dejarme solo y te quedaste... soportándome a mí, el duende mágico fucsia.


Brian rió.


— Eres muy lindo... —siguió—. Me gusta cuando sonríes porque se te marcan los colmillos... o cuando se te esponja más el cabello y pareces una nube... Bri... aún te amo...


Brian no supo qué decir, pero luego respondió con la verdad. ¿Para qué callarla? Además Roger no lo recordaría.


— Yo también, Roggie —dijo y acarició su cabello.


— Brian... no quiero estar solo... no quiero que vuelvan a intentar... eso... —dijo.

— No te dejaré solo, ¿sí?


Roger asintió y lo tomó de la mano para que se acostara a su lado. Brian lo hizo y el rubio lo abrazó mientras se acurrucaba. Las lágrimas nostálgicas comenzaron a inundar sus ojos.


Y claro, lo abrazó devuelta.


Pronto Roger se durmió, aún abrazándolo. Brian no lo soltó y le costó dormirse, pensando en todo lo que había sucedido.


— No te preocupes, mi amor —dijo—. Haré lo posible por recuperarte. Lo prometo.


(...)


Cuando Roger despertó en la mañana, con un terrible dolor de cabeza y de cuerpo, se asustó al notarse con alguien en la cama, pero se calmó un poco al saber que era Brian, que dormía de espaldas a él.



Volvió a asustarse, Brian comenzó a despertar.


— Hola, despertaste —le dijo, Roger asintió con los ojos como platos—. Tranquilo, no hicimos nada. Solo te embriagaste y te traje aquí. Me pediste que me quedara contigo.


— Ya veo... —dijo un poco más aliviado. Se levantó y se puso frente al espejo, tenía aún puesto el disfraz, pero muy desordenadamente. Casi le da un infarto cuando vio las marcas que tenía en el cuello, el pecho y los hombros, pero Brian habló.


— No fui yo, Edgar... Edgar lo intentó, pero logré sacarte de ahí antes que te hiciera algo más...


— Oh Dios mío...


— No te preocupes, lo acusé con el rector, le mandé un email... lo siento, tuve que sacarle una foto a la marca del cuello para que me creyera.


— Gra... Gracias... —dijo atontado y se sobó el cuello como intentando borrarlas.


— Perdón por no haber podido evitarlas... —dijo.


— Brian, pudieron haberme hecho algo peor —dijo—. No sabes cuán agradecido estoy.


— ¿De verdad?


— Sí, de verdad —dijo—. Jamás podré pagártelo...


— No tienes que pagarlo —sonrió.


— Sí, sí debo —dijo y se acomodó la ropa para no tener que ver aquello—. ¿Alguien lo sabe?


— No sé —dijo—. Algunos entraron a separarme de Edgar porque estaba golpeándolo, pero... más allá no tengo idea.


— Comprendo —dijo—. Gracias, Bri.


— No es nada.

Grown Up [Maylor]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora