Capítulo 37

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Abbey

-Señorita, el amo Evan, no es así, simplemente...

¿No es así? Claro que lo es, frío, calculador y solitario.
Y si no lo es, pues se deja controlar por alguien así :su madre.

Esa señora que me dio un mal presentimiento desde que la conocí, lo controla como a una maldita marioneta y lo peor es que él se deja controlar.

Es tan triste, Evan sí es así.

-Lo sé Robert. - contesté, aspire por la nariz y vire la mirada hacia la ventanilla, dando a entender que no quería plática. Para mí ventaja, el chófer lo entendió y fijo de nuevo su mirada en la carretera.

El camino fue rápido, yo miraba las cosas, los árboles pasar, las casas bonitas quedándose atrás pero en realidad no los veía. Como cuando estás mirando algo, pero en realidad no lo ves, estás perdido en tus pensamientos.

Robert parece ser que me estaba hablando.

-¿Has dicho algo?. - pregunté secandome rápidamente todas las lágrimas que derramé el camino entero.

Robert me veía con preocupación y cautela. Ésa mirada misma que siempre odié: La lástima.

-Sólo decía que ya hemos llegado señorita.

Efectivamente, mi casa, mi hogar, el único lugar que puedo llamar así, estaba frente a nosotros.

-Gracias Robert.

Bajé de la limusina, Robert me ayudó a sacar mi pequeña maleta y subió de nuevo al automovil.
-Una cosa más, Robert.

El señor de mediana edad, esperó pacientemente a que siguiera con mi frase.

-Gracias. - antes de que pueda responderme, lo abracé por la ventanilla ya que estaba bajo.
Él se tensó por la sorpresa, pero luego me siguió el abrazo.

Él es una de las pocas personas que me trataban amablemente, sin importarle nada en absoluto. Y eso me hace creer que sí hay personas en el mundo, que valen la pena.

Cuando me alejé, en sus ojos veía ahora el orgullo y la esperanza. Creo que entendió porqué fue mi agradecimiento. Simplemente por todo. Por los chistes, las complicidades, el apoyo en los malos momentos como éste y lo más importante, los buenos momentos.

Asintió con la cabeza, subió el vidrio de la ventanilla y se fue. Y me quedé allí, en medio de la calle, mirando por última vez, como mi vida, desaparecía ante mis ojos.

-¡Estoy en casa!. - grité y coloqué mi mejor sonrisa para mis padres al abrir la puerta de la casa.

Mi madre fue la primera en aparecer, tenía el delantal chueco y la cara llena de harina.

Estaba cocinando, ya sería la hora de la cena.

Su sonrisa se ensanchó como la del joker, pero con mucho amor.

-¡Dulce, han vuelto!. - mi sonrisa vaciló, cuando escuché que habló en plural.

No mamá, sólo yo, nadie más.

Sí, también su sonrisa fue perdiendo fuerza a medida que veía que no respondía, que nadie entraba por la puerta para acompañarnos y que traía mi maleta en una mano.

Su rostro se contrajo en decepción y tristeza.

Mis ojos se cristalizaron, a pesar de que me decidí no llorar.

Mi padre venía masticando lo que sea que mamá estaba cocinando y con una sonrisa cariñosa.

-Hija mía de mi vida. - me abrazó haciendo que mi maleta caiga al suelo. - ¿Dónde está ese muchacho? Necesito mostrarle qué lugar tomó ese reloj que me obsequió, es tan...

El ContratoWhere stories live. Discover now