Capitulo 2: Realidad.

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9 de enero de 2089

Abrió los ojos poco a poco, sintiendo como el brillo del rayo de sol que se asomaba por la ventana la cegaba.Su mente estaba en blanco, no conseguía pensar correctamente. Estaba en una sala de paredes blancas al igual que las sábanas que cubrían su dolorido cuerpo. Miró a su alrededor buscando algo que ni ella sabía, no encontró nada más que una máquina que controlaba su pulso.

Pronto los recuerdos comenzaron a aparecer como pequeñas manchas en su cabeza. Ojos muertos, cuerpo frío, explosiones... Jadeó y sus manos se aferraron a las mantas antes de inclinarse a devolver en el suelo. Una mujer con bata del mismo color que toda la habitación, apareció en la sala y con rapidez le apartó el largo cabello del rostro.

–¿Le duele el estómago?–Preguntó preocupada por la paciente, quien respiraba agitadamente. La joven volvió su mirada hacia ella y la examinó confusa. ¿Acaso toda aquella pesadilla era real? Le alejó sus manos del vientre y trató de hacerlo con su cuerpo también, una punzada en sus costillas y rodilla izquierda la mareó, comenzando a experimentar un calor agobiante.

La enfermera suspiró y le acomodó la almohada para que tuviera una posición correcta. Megan apretó los labios con millones de preguntas en la cabeza.

¿Y su hermano? ¿Dónde estaba Hann Silver?

–¿Y mi hermano?–Preguntó asustada y notó como la espalda de la enfermera se estremecía. Un mal presentimiento golpeó sus extremidades. Los ojos gélidos de su cuidadora conectaron con los suyos, se empezó a encontrar aún más nerviosa. No hacia falta que se lo dijera, ya conocía la respuesta. Sus pulmones se privaron de oxígeno mientras las lágrimas caían por sus ojos sin cesar.

Muerto. Calcinado.

Señorita Silver.–La mujer, con un moño engominado hacia atrás, tomó sus manos entre las suyas, se percató de lo temblorosas que estas se encontraban y aguantó las ganas de quedarse callada.–Usted ha sido la única superviviente del bombardeo en Greenslay.–Las palabras se quedaron incrustadas en su cerebro, como millones de cristales y el corazón se detuvo. Sus ojos parecieron desvanecerse en humo, húmedos y agonizantes. La mujer se quedó ahí acariciando sus nudillos con delicadeza, Megan Silver deseó ser ella quien estuviera muerta porque aquella realidad era aún peor. La enfermera no se alejó hasta que el médico volvió a sedarla. Iban a operarla de apendicitis, creada por una fuerte contusión en el estómago.

Ronald Newman siempre había sido un hombre decidido y con un futuro prometedor, su padre era el jefe de los soldados rojos en el distrito cero, su madre una enfermera de batalla, por lo que aquella vida había estado presente desde que era un tiern...

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Ronald Newman siempre había sido un hombre decidido y con un futuro prometedor, su padre era el jefe de los soldados rojos en el distrito cero, su madre una enfermera de batalla, por lo que aquella vida había estado presente desde que era un tierno bebé. Muerte, guerra y sangre, no era extraño. Neil, su viejo progenitor había tratado de inculcarle que las muertes eran un efecto colateral de los errores de la personas, que todo estaba predestinado y que no debía llorar por ellas, sin embargo, tras aquel bombardeo no pudo evitar sentir un sabor amargo en la boca. Recordaba sin cesar el hierro atravesado en la joven, el cuerpo del niño y la mirada perdida de la sobreviviente.

¿Qué clase de errores habían cometido ellos?

Holly Newman se sorprendió al escuchar la decisión de su hijo, sostenía la taza de café entre sus gruesos dedos y su labial estaba suavemente corrido sobre la comisuras de sus prominentes labios. Suspiró y lo observó detalladamente.

Una adolescente...

Quería que sus padres adoptaran a Megan Silver hasta que cumpliera veinte años, mayoría de edad en el distrito cero. La decisión dejó congelados a sus progenitores.

–Cariño...–La voz de la señora sonó con la ternura que solía emplear.–Las casas de ayuda pueden asistirla, son demasiados gastos para que viva aquí con nosotros.

–En eso no os preocupéis–Habló con la elección clara.–Tengo los ahorros, yo pagaré sus necesidades.

Los ojos de Neil examinaban la actitud de su hijo, le recordaba a el mismo, salvo que él aún creía en el mundo, en la paz. Sonrió y se cruzó de brazos tensando al menor de los tres.

–¿Cuántos años tiene?–Preguntó a lo que Ronald sacó los papeles de su bolsillo, doblados. Los colocó sobre la mesa para poder examinarlos juntos. Ante ellos, la foto de una muchacha escuálida apareció sonriendo tímidamente. Su cabello era largo, como el soldado lo recordaba y sus ojos llamaron la atención de la familia, extremadamente verdes. Ronald no le quitó el ojo, dejando que sus padres le sorprendieran con la edad.

–Diecisiete años.–Holly murmuró aún leyendo.–Trabajaba en una tienda de pintura junto a su vecino Jacob. Solo tiene un hermano vivo pero no saben su paradero...–La mujer dejó de leer entristecida por aquellos datos. Neil, en cambio, siguió.

–Toca el violín, la guitarra acústica y el piano. Una estudiante modelo.–Ronald notó que su padre comenzaba a interesarse por la muchacha, le encantaba la perfección y su personalidad estaba clara que lo era.–Esta bien, prepararemos una habitación.

Hasta que llegue la paz Where stories live. Discover now