Capitulo 15: Despedidas.

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Megan se quedó al lado de Ronald, observando como sacaban al grupo de rebeldes de la casa.

El soldado fumaba y mantenía una expresión de asco hacia sus enemigos.

La muchacha trataba de encontrar el cuerpo de su hermano entre los detenidos. En el fondo, se alegró de que Hann no hubiera visto los últimos momentos de Jackson. Al menos no tenía que soportar la decepción y el dolor.

Suspiró y miró de reojo al combatiente, desde que la sacó de la casa no habían tenido ningún tipo de contacto, parecía más serio que de costumbre y Megan pensó que se avergonzaba por haberla descubierto en aquella forma tan asquerosa.

Neil se reunió con ellos tiempo después, colocó una mano en el hombro de la joven y la abrazó. Había tenido miedo de perderla.

Ambos soldados, al recibir la noticia de que Jackson había atacado al guardia de prisión, supieron que Megan corría peligro. Llevaron su tropa hasta su hogar pero ya se habían marchado. Ronald se había puesto nervioso, por otro lado, su padre, recibió las coordenadas de la dirección donde la joven se encontraba, gracias a la pulsera.

Volvieron a casa en el mismo vehículo, Neil conducía en silencio mientras que ambos jóvenes estaban sumidos en sus pensamientos.

–¿Megan?–El conductor la llamó haciendo que girase el rostro y lo observase. –Le escribí al instituto, mañana no iras a clase.–Informó.

La joven asintió disgustada, de todas formas no podía ir con el uniforme destrozado.

–Está bien.–Contestó y jugó con la sudadera de Ronald, buscando la forma de borrarse aquellas imágenes de la cabeza.

Había querido demasiado a Jackson, él jamás la quiso a ella. Si lo hubiera hecho Megan no habría tenido que cuidar de su hermano sola, trabajar a tiempo completo en una fábrica de pintura y mucho menos estar apunto de ser violada por dinero.

Esa noche, Megan se tumbó en la cama con los ojos bien abiertos, tenía las manos sobre el pecho y observaba el techo, rota una vez más.

¿Por qué tenía que haber acabado así?

Jackson pudo ser amado sus últimas horas por la adolescente, que a pesar del horror que sus acciones le habían provocado, estaba para él incondicionalmente.

Una lágrima cayó por su mejilla recorriendo las pecas hasta llegar a su afilada mandíbula.

No lo odiaba, sin embargo, ya no lo amaba.

Tocaron a la puerta en la madrugada y Megan se incorporó fijándose en como Ronald asomaba la cabeza.

Nunca había entrado en su dormitorio, antes de su llegada fue un cuarto oscuro y sin vida, ahora, con ella habitándolo, las paredes estaban llenas de apuntes y horarios. El violín descansaba junto al espejo de la cómoda.

–¿Quieres dar un paseo?–Preguntó tímido.

La muchacha se sorprendió ante su propuesta, era tarde y todos estaban durmiendo. Acabó aceptando.

El soldado salió para que se vistiera y cuando la joven estuvo lista, fueron hasta el jardín.

Las estrellas brillaban más que nunca y la luna les iluminaba el camino entre los prados. Las flores tenían un aspecto hermoso con aquella luz, mágicas, sus tonalidades perlas hacían juego con el iris gris de Ronald.

–No podías dormir.–Aseguró el soldado notando como el hombro de su acompañante rozaba con su brazo. Megan estaba cerca suya, algo más que de costumbre, y miraba los astros encantada con el espectáculo reluciente.

–Era imposible.–Su voz sonó dulce y cansada.–Tú tampoco.

–Estaba pensando en ti.–Contestó provocando que las constantes de la adolescente aumentasen.

Levantó una ceja y cambió su atención hacia él, sus mejillas enrojecieron al ver que Ronald la admiraba. Había algo diferente que no le provocaba el rechazo que sintió cuando el rebelde la tocó en el coche.

Newman no la quería de esa forma sucia, si no, de una manera sana y tierna. Para él, Megan era la mujer más preciosa del mundo. Amaba cada parte suya, la forma de sus ojos, la nariz respingona que le daba un toque tierno y sus labios carnosos que solía tener entre sus dientes, junto a ese gesto nervioso que la caracterizaba. Pero lo que más le gustaba eran sus pecas, que les recordaban a las constelaciones.

Nunca se había sentido así hacia ninguna mujer, ni con su primera novia. Ella era diferente a cualquiera que pasase delante suya.

–Mañana cumples dieciocho.–Cambió de tema y carraspeó para que el sentimiento que presionaba su tórax no se agudizase.–Y... quería darte mi regalo antes que nadie.

La joven tomó la gran caja que tenía el adulto entre sus manos, había estado tan absorbida en sus pensamientos que no se percató que la había llevado consigo desde el momento que salieron de la casa.

Ronald esperó que la abriera, pero no lo hizo.

–¿Por qué te preocupas tanto por mi?–Megan tenía los pupilas llorosas y apretaba el regalo contra su pecho, tratando de calmarse. El mayor se acercó a ella, intranquilo por verla triste.

–Eres especial.–Susurró y le limpió las lágrimas que caían por sus ojos.–Megan, te queremos.

–Jackson también lo hacía.–Quiso detener esas palabras antes de que salieran de su boca , pero no lo consiguió. Le dolía su muerte, le quemaba por dentro lo que había hecho con ella.

–No.–Colocó ambas manos en sus brazos obligándola a que lo mirase.–Si lo hubiera hecho, Megan, no habrías tenido que experimentar lo que ese hombre trató de hacerte.

En el fondo de su corazón sabía que tenía razón, aún así, extrañaba los momentos en los que fueron felices.

–Lo hacía.–Se mintió a si misma e intensificó la mirada. Sus ojos verdes claros no tenían su bonito brillo.–Él no era malo.

–¡Te vendió!–Exclamó cansado de que pensase así, él mismo fue quien disparó ante los ojos de su pelotón. Recordó el chillido que Megan había empleado, la espalda rabiosa de su padre y la bala incrustándose en la frente de Jackson Silver quien ,desinteresado con los gritos de su hermana, bebía alcohol, riendo, disfrutando. Cuando volvió a percatarse de la joven, ella lloraba temblando. –No te quería...

–¿Vosotros lo hacéis?–Preguntó y se mordió el labio inferior, asustada por la vida, por la muerte, por la guerra... Porque nada era como antes.–¿Tú me quieres Ronald?

El soldado se estremeció sin quitarle la mirada de encima. Sabiendo que Megan había llegado a su vida para marcarlo. Colocó los dedos en su cintura y apegándolo a él, presionó sus labios contra los de la joven, besándola.

Amándola, cuidándola y deseándola.

Se fundieron en aquel tierno acto de amor y la destrozada chica comprendió que al lado de su soldado podía sentirse protegida, que nadie más le volvería a hacer daño.

Hasta que llegue la paz Where stories live. Discover now