Capitulo 20: Juntos.

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Megan comenzó a tener pesadillas de nuevo. Se despertaba muy tarde en la noche, sudorosa y temblando. Hann la visitaba constantemente, como si supiera que su hermana lo estaba pasando mal.

Nunca había sufrido por un hombre, aunque no era primeriza en el amor.

La muchacha de ojos verdes experimentó por primera vez aquel sentimiento con uno de los amigos de su hermano, Bryton Tales, un apuesto joven que visitaba su casa a menudo. Solían coquetear a escondidas, rozar sus pieles "accidentalmente" y sonreírse en la calle. El chico había sido un gran apoyo en los momentos difíciles de Megan, cuidando de Hann mientras que la menor trabajaba hasta tarde. Ella siempre pensó que llegaría a casarse con él en un futuro, sin embargo, recibió la noticia de que estaba destinado al frente de batalla.

Nunca llegaron a despedirse.

Su relación con Ronald era muy diferente. Sintió una fuerte conexión en el momento que la sacó de las ruinas, pensó que no volvería a verlo, más tarde, recibió la noticia de que los padres del soldado la acogerían en su casa. Estuvo avergonzada las primeras semanas, su aspecto físico no era el mejor y a pesar de no llorar en todo momento, su expresión estaba llena de sufrimiento. El de ojos grises siempre estuvo ahí, atento a cada una de sus necesidades, preocupado por su estado. Había notado su presencia cuando tuvo una pesadilla en el estudio, este no dudó en estrecharla entre sus fuertes brazos, afirmando que estaba para ella.

La despedida fue tan fría que Megan solo quería desvanecerse, si hubiera actuado diferente, tal vez habría ocurrido de una forma distinta.

Se culpaba por no ser capaz de actuar con normalidad. Los entrenamientos se hicieron más pesados y estaba cansada, no dormía bien.

Aquella tarde decidió no coger el autobús, quería tomar el aire y aunque era un camino largo, necesitaba estar sola para aclarar su mente. A mitad del trayecto, cuando aún le quedaba alrededor de media hora para llegar, comenzó a llover. Maldijo buscando algún sitio donde cobijarse, sin embargo, no había nada más que carretera y prados.

Corrió, sintiendo la lluvia calar cada parte de su cuerpo. No podía irle peor. ¿Verdad?

Un coche pasó por su lado y se detuvo justo a su paso, Megan,con la mochila sobre su cabeza, giró el rostro para identificar al conductor.

–¡Sube!–Exclamó Ronald desde el asiento, el cuerpo de la joven se estremeció y sin dudarlo rodeó el vehículo hasta llegar a la parte del copiloto.

Megan estaba totalmente húmeda, su cabello se pegaba a su cara y el uniforme se ajustaba demasiado su cuerpo. Tembló de frío.

El silencio no la ayudó a detener su nerviosismo, el mayor la miraba de vez en cuando, fijándose en como tiritaba. Sin pensarlo dos veces, tomó su chaqueta y la cubrió para que dejase de hacerlo.

–¿Por qué no has tomado el autobús?–Reprochó angustiado, verla bajo la lluvia indefensa le había tocado el corazón, parecía triste cuando lo había mirado.

No supo que contestarle, verlo después de tanto tiempo no le permitía pensar con normalidad. Estaba guapo, como de costumbre, no llevaba el uniforme, si no, ropa cómoda y casual. Megan lo examinó con un nudo en la garganta.

–Quería...–Comenzó a hablar pero el mayor colocó una mano en su rodilla, descansándola ahí, y el calor subió hasta su rostro. Para el adulto parecía todo tan fácil.–...dar una vuelta.–Finalizó sin apartarlo, le gustaba sentir que al menos estaba cerca.

–Neil me ha comentado que no estas durmiendo correctamente.–El cariño y el cuidado salió de su boca y acarició cada parte de las extremidades de la chica. Megan colocó sus dedos alrededor de la mano que descansaba en ella y la tomó avergonzada. Ronald sonrió, también la había echado de menos.

–No te preocupes.–Susurró, pero no sirvió de nada, el soldado no dejaba de pensar en Megan.

Al principio, en su solitario apartamento, escuchaba su violín, otras la veía sentada en la cocina, comiendo sin parar, feliz y hermosa. Le dolía no tenerla al lado, aún así, no podía volver a casa. Quería demasiado a su familia como para que estuvieran en un peligro constante.

Si se quedaba era probable que volvieran a hacerles daño, había provocado a los rebeldes del norte y aquello estaba mal. Bale Sykes lo sabía y por esa razón decidió trasladarlo al centro.

Llegaron a la casa de Ronald y Megan no protestó, necesitaba estar a su lado aunque solo fueran unas horas. Una vez dentro la joven se fijó que no había desempacado las cajas, el apartamento solo contaba con un sofá en el centro del salón y una barra de cocina al lado de la puerta, vacío y solitario. Levantó una ceja, confundida y Ronald se introdujo en su habitación, dejándola allí parada unos segundos, salió con ropa limpia y se la pasó.

La joven se duchó y se colocó la camisa del adulto, era suficiente ancha como para parecer un vestido. Se miró al espejo, percatándose de que sus mejillas pecosas estaban coloreadas de rojo. Parecía demasiado reveladora, sus piernas estaban semidesnudas hasta la mitad de su muslo y aunque la tela era suficientemente gruesa, no dejaba mucho a la imaginación. Tomó su sujetador y gruñó al notar lo mojado que estaba, no se lo podía poner.

Tras pensarlo mucho, acabó volviendo al salón.

Sus fosas nasales captaron el olor de la comida y observó al mayor cocinar. Presentaba una agradable sonrisa en la boca, como si algo bueno acabase de sucederle. Megan apoyó la cabeza en el marco de la puerta, embobada por la imagen. Sentía un hormigueo en la boca del estómago.

–No soy muy bueno cocinando pero lo he intentado.–Comentó riendo y dejó un plato de pasta en la barra, la joven, rezando por que no se fijase mucho en como iba vestida, se acercó para admirarlo.

–Seguro que estará bueno.–Le ayudó a poner la mesa y Ronald pasó la mirada por ella.

Sintió como algo dentro de él se revolvía, atraído por lo que estaba percibiendo, Megan era hermosa, y así vestida, hizo que se acalorase de repente. Intentó no hacerla sentir incómoda.

Se sentaron uno frente a otro, comiendo tranquilos y gustosos. El mayor estaba feliz, llevaba mucho tiempo solo y sentirla a su lado era bonito. La casa parecía más luminosa.

Hablaron durante varias horas, sin fijarse en la hora. El vacío que había en ambos corazones se recompuso, Megan sentía que ya no estaba sola y desolada.

Le preparó el sofá para descansar y la estudiante recogió el desastre.

–Ronald.–Lo llamó y este se giró fijándose en como los ojos verdes de la muchacha sonreían.–Esta vez no duermas en el suelo.

Aquella invitación lo dejó descolocado, notó las mejillas arder y ella caminó hasta quedar a su lado.

–No me importa...–Murmuró nervioso, Megan le tomó la mano y lo sentó.

–Es incómodo.

No consiguió impedírselo, ella ya lo tenía tumbado a su lado, el cuerpo de la joven se hizo un pequeño hueco. Ocupaba poco espacio por lo que podían estar cómodos.

La chica se giró, quedando ambos rostros cerca, y sonrió. Era consciente de que le estaba poniendo nervioso. Tenía una mirada que la recorría, enamorado, sintiendo como en cualquier momento se lanzaría a besarla.

El soldado la admiraba y se perdía en el firmamento que tenía en las mejillas, pecosas. Por otro lado, ella trazaba con su dedo índice un camino sobre los pómulos del mayor.

Ronald le colocó una mano en la cintura, atrayéndola un poco, escudándose con la excusa de que iba a caer. La tensión que había entre ambos podía cortarse con sólo pasar el dedo. El soldado quería acortar aún más el espacio, pero no estaba seguro. La joven podía asustarse.

–Te he echado de menos.–Megan le quitó las palabras de la boca con melancolía. Las pupilas del adulto estaban dilatadas, loco por la estudiante.

–Yo también.–Susurró acariciando con ternura su pequeña cintura.

Esta vez fue ella quien destruyó el muro entre ambos, besándolo como había deseado durante todo ese tiempo y fundiéndose en el amor que sentían el uno por el otro.

Fue la sensación más bonita que habían experimentado, volver a estar juntos.

Hasta que llegue la paz Where stories live. Discover now