Capitulo 4: Comienzos.

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30 de enero de 2089

Megan se avergonzó al desnudarse delante de Holly, la bañera a su lado soltaba un humo húmedo dando a entender que el agua estaba caliente. El vaho se impregnaba en el pequeño espejo que había encima del lavamanos de mármol. Sus pies estaban congelados, al igual que sus extremidades. La mujer tomó el algodón humedecido con una esencia curativa y comenzó a desinfectar las heridas de la muchacha temblorosa.

–Pobre chica.–Murmuró con los ojos en todas las que cicatrizaban poco a poco. La piel de Megan parecía estar cubierta de manchas de pintura rojiza, como si la triste joven fuera un lienzo de guerra. Cada vez que posaba los ojos en ella, sentía como el horror se apoderaba de sus pensamientos, había visto a muchos soldados heridos de balas, pero nunca a una adolescente que no tenía nada que ver con las batallas.

El matrimonio había hablado aquella noche en la cama, Neil veía potencial en las pupilas verdes de Megan, mientras que Holly solo encontraba una niña indefensa. Ninguno consiguió conciliar el sueño, al igual que Ronald, quien pasó toda la noche en la mesa de la cocina, rellenando papeles. Su mente recaía en la huésped como todos los días. La adolescente no era la única que recordaba el rescate constantemente, el soldado había sentido como todo lo que había pensado sobre la guerra se destruía con las bombas y vidas del lugar.

Aunque al ver a la muchacha, tan vulnerable en su casa, quiso pensar que estaba haciendo el bien, que él no era uno más de los que mataban sin remordimiento. Y no lo era. Siempre trataba de hacer lo correcto, y esa vez, al verla en la camilla gritando el nombre de su hermano supo que Megan Silver debía estar a su cargo.

Megan tomó un vestido con detalles florales que Bettina le había regalado, conservaba muy poca ropa, la mayoría era recolectada por el hospital, sin embargo, agradeció que la enfermera hubiera comprado aquel bonito atuendo. Sería vergonzoso bajar a desayunar con ropa mucho más grande que ella. Holly colocó una mano en su cintura para ayudarla a bajar las escaleras, le costaba pero lo hizo sin mostrar dolor. Quería ser todo lo fuerte posible y demostrarle a Jackson que no era tan débil como él siempre recriminaba. Se preguntó, mentalmente, dónde se encontraría ahora.

Al llegar Holly la sentó en la misma silla donde comió el día anterior, Ronald estaba delante con el periódico entre sus manos y degustaba un tazón de cereales integrales. Su porte era impecable a pesar de no tener la corbata bien puesta. Megan tomó el tenedor al ver su tortilla francesa, su estómago rugió y maldijo al notar la mirada divertida del soldado.

–Buenos días.–La voz del hombre sonó ronca dando a entender que llevaba mucho tiempo sin pronunciar ninguna palabra.

–Buenos días. –Contestó tan flojo que le costó entender. Partió un trozo de tortilla llevándosela a la boca, sus mejillas hicieron un pequeño cosquilleo de gusto. Era lo mejor que había probado en mucho tiempo, inconscientemente una lágrima salió de uno de sus ojos y se la limpió con la manga lo más rápido que pudo. Por suerte ninguno de los dos se percató.

Holly le rellenó el plato con trocitos de manzana, los ojos de la joven brillaron. Le costaba asimilar que toda aquella comida era para ella. Las manzanas eran muy caras. Ronald la examinó con el ceño ligeramente fruncido, le agradaba verla disfrutar del desayuno. La mujer le acarició el cabello con detenimiento y rió alegremente.

–¿Te gusta?–Preguntó orgullosa  a lo que la adolescente asintió sin dejar de comer. –No te llenes, tu operación es reciente.–Megan se limpió la boca al terminar y tomó su plato dispuesta a lavarlo, colocó su mano en la pared para no caer y Holly se lo arrebató.–No hagas movimientos bruscos o tu rodilla no se curará correctamente.

La muchacha se sintió algo impotente, quería hacer algo por ellos, pero era tan inútil que debía quedarse sentada por el resto del día.

Así fue, Neil Newman le había habilitado el despacho de la parte inferior de la casa para que pasara el día. Las estanterías estaban llenas de libros de todo tipo, se asombró al verlo. Le gustaba leer pero nunca había tenido tiempo. Su vida, antes del desastre, era bastante ajetreada. Jackson, su hermano, los había abandonado por lo que la joven tenía que trabajar, cuidar a Hann y estudiar. Al principio había sido muy duro, se dormía en cualquier lado, en el autobús, en su escritorio y mientras le leía un cuento al menor, pero conforme pasaban los días, la joven comenzaba a adaptarse.

Tomó uno de ellos entre sus manos, tenía las tapas grises y su título había sido bordado en negro. El tacto era satisfactorio, las suaves imperfecciones de la tapa la tranquilizaban sin saber el porqué, lo presionó contra su pecho, Hann hubiese adorado aquel lugar.

Sus párpados comenzaron a pesar por lo que no pudo evitar quedarse dormida unos momentos más tardes , estaba agotada.

El silbido del cielo dio paso al terror.

Hann se aferraba a su cuerpo, Megan descansaba abrazada a él.

Un manto de ceniza la ahogó.

Chilló con el cuerpo inerte sobre ella.

Ronald Newman corrió a la habitación asustado por los gritos de la joven. Ante él la muchacha yacía en el sofá, temblando y sudando. Se arrodilló a su lado preocupado y la agarró en brazos para envolverla en ellos, estaba desesperado por los agonizantes sonidos que salían de su boca.

–Estoy aquí.–Pronunció sin saber realmente que hacer. Se sentó en el suelo y le permitió cobijarse en él. Megan estaba soñando, pero todo era demasiado real. El soldado la meció hasta calmarla, obligando a su corazón latir más despacio, cuidándola. Quería calmar su dolor aunque fuera imposible.–Estoy aquí...–Volvió a decir escuchando los gemidos angustiados de la muchacha.

No iba a marcharse.

No lo hizo. Se quedó toda la tarde en aquel despacho, junto a la dormida muchacha quien no volvió a despertarse hasta la hora de la cena.

Abrió los ojos encontrándose las esferas grises de Ronald, se encontraba sentado en la silla del escritorio y la observaba con intranquilidad. La muchacha pareció no recordar lo soñado, Newman lo agradeció.

Le pareció bonita la forma en la que Megan recorrió su rostro con la mirada, confundida pero a la vez cómoda con su presencia. Al menos ya no estaba sola en su sufrimiento.

Hasta que llegue la paz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora