Capitulo 3: Familia.

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25 de enero de 2089

Megan Silver se miró al espejo de la habitación por primera vez en semanas. Su cabello había crecido notoriamente, le gustaba largo, sin embargo, ya le llegaba por la cintura y la hacía parecer mucho más pequeña de lo que ya era.

Hizo una mueca de disgusto al notar todas las heridas que le cubrían el rostro, Bettina la observó mientras la peinaba con delicadeza, cuidándola como el primer día, siendo su gran apoyo. Ella había sido quien la informó sobre la horrible noticia y sin dudarlo, al verla sufrir, pidió ser su enfermera diaria. Trabajando más horas de la que acostumbraba y abrazándola cada vez que sentía como la oscuridad volvía a por la adolescente.

–Serán buenos contigo.–Susurró notando lo nerviosa que estaba, quiso tranquilizarla. Días antes, un joven hombre se había acercado al hospital con papeles y un uniforme que daba a conocer lo importante que era en el distrito. Tenía un porte duro y atractivo, aunque fueron sus ojos grises y rebeldes los que hicieron que la enfermera, les prestase atención. Quería acoger a la jovencita en su casa. Primero le sonrió extrañada, aquel hombre era demasiado joven como para querer tener a cargo a una adolescente con problemas. Después ante su seriedad, le preguntó los datos.

General, veintitrés años, hijo de la guerra.

Sin duda un buen expediente.

Megan tomó el bastón negro para poder andar hacia la puerta junto a Bettina, justo antes de que saliera la detuvo. La muchacha no quería hacer contacto visual con esta, algo triste por tener que despedirse de la mujer.

–Bettina...–Su voz se rompió al ver lo que ella ponía alrededor de su muñeca, era una hermosa pulsera de plata, el amuleto que la decoraba le encantó, un tulipán. Cerró los ojos antes de abrazarla con debilidad, la mayor sonrió con ternura, estrechándola en sus carnosos brazos. Megan aguantó las lágrimas, tenía mucho miedo de volver a enfrentarse a la vida normal.

–Recuerda que puedes llamarme siempre que desees.–Le acarició el cabello recién peinado. Bettina no quería despedirse, al igual que la muchacha que luchaba por no derrumbarse de nuevo.

–Lo haré.–Murmuró y se tocó la pulsera inconscientemente. Una pequeña sonrisa salió de sus carnosos labios y Bettina se sorprendió gratamente, era la primera que veía en ella, una mezcla de alegría y nostalgia la inundó.–Te extrañaré.–La sinceridad en su voz hizo que se emocionara.

–Y yo, pequeña.–El cariño la llenó y se sintió menos sola.

Al salir se quedó paralizada por la presencia de un rostro conocido, esos ojos grises la analizaban detalladamente. No llevaba puesto el uniforme, si no, una ropa bastante casual. Megan buscó con la mirada a Bettina, sin embargo, esta dejaba su pequeña maleta a un lado del soldado.

–¿Puedes andar?–Preguntó preocupado al ver el bastón, la muchacha asintió evitando tener contacto visual con este. Le traía recuerdos, sintió sus manos temblar, Hann volvía a estar en sus brazos, muerto.

Ronald cogió las pocas pertenencias de la joven y le abrió la puerta principal, dejándola salir de lo que por aquellos días había sido su hogar. Bettina se quedó allí de pie, observando como se alejaban. Megan se merecía una nueva vida, se dijo para si misma.

Se sentía extraña, avergonzada y triste. El hombre conducía en silencio, eran varias horas de viaje por lo que la joven se acomodó contra la ventanilla haciendo de cojín con su brazo izquierdo mientras observaba perdida las vistas. Pequeños campos de cultivo se asomaban de vez en cuando.

Jackson Silver, su hermano mayor, le había comentado acerca del distrito cero , uno de los pocos que quedan libres de ocupación rebelde. Los soldados de aquel lugar eran muy estrictos y trabajadores, luchaban día y noche en las fronteras para evitar que los rebeldes entrasen en su bonito pueblo. Ronald Newman, era uno de ellos. Sus ojos viajaron hasta encontrarse con su afilado perfil, estaba concentrado en la carretera. Megan aún no podía dejar de pensar en el momento que bajó a por ella, si hubiera sido otro la hubiese dejado en el hueco ya que no tenía esperanzas para sobrevivir.

Quería agradecerle por haberla salvado, sin embargo, se quedó callada echa un pequeño ovillo.

–¿Te duele?–Preguntó preocupado.

Megan se tocó la parte donde la cicatriz de la operación se encontraba, sentía pinchazos y sensibilidad, aunque no quería ser débil. La joven negó manteniendo sus dedos sobre su vientre.–Puedes decírmelo...

–Estoy bien.–Concluyó seca, el hombre no la creyó, aún así, no dijo nada más. Se mantuvo en alerta por si algún síntoma aparecía en ella.

Cuando llegaron, las luces de la calle brillaron sobre ambos rostros, las personas caminaban tranquilas, solas, en pareja, en familia... la joven quedó maravillada, era totalmente diferente de donde provenía. La gente parecía feliz. Rememoró el sonido de la bomba, el calor y luego el frío. Enredó las yemas de los dedos en la tela de la falda que portaba. Aquello le había dejado un trauma. Bettina la había abrazado con fuerza todas las veces que esos recuerdos se volvían más reales para la adolescente, quien gritaba y se retorcía en la camilla.

Ni siquiera se percató cuando el hombre detuvo el automóvil en la puerta de una casita de madera. Ronald se quedó quieto esperando a que reaccionara, Megan tragó saliva notando lo seca que tenía la garganta.

–Hemos llegado.–Avisó saliendo y ayudándola a bajar. La muchacha colocó la fuerza en el bastón y dejó que su rodilla herida se acostumbrase a estar de pie. Lo siguió hasta el porche donde se encontró con dos mecedoras de colores opacos.

La casa era bonita, pensó, decorada de una forma rupestre y campera. Las paredes eran marrones por la madera y hacían contraste con los cuadros de tonalidades pasteles. Examinó al detalle cada espacio. Ronald la guió hacia la cocina.

En ella el matrimonio la esperaba sonriente,tratando de que tuviera una buena impresión. Megan se aturdió, aún no podía hacerse la idea de todo lo que le estaba cambiando la vida. La mujer se acercó a la joven , tenía sus labios pintados de color rojo provocando que su aspecto fuera mucho más jovial. Colocó una mano en su espalda abrazándola cálidamente, la muchacha se petrificó, no estaba familiarizada al cariño.

–Mi nombre es Holly, Megan.–Se presentó alejándose al notarla inquieta. Se hizo a un lado para que pudiera apreciar a su marido. Megan extendió su mano libre para saludarlo cortésmente. Él la estrechó.–Y él guapa, es Neil.

Se percató de que tenía los mismos ojos grises que su hijo, quien llenaba un vaso de agua para la muchacha. Holly le separó una silla para que pudiera descansar la pierna, a lo que con una pequeña inclinación de cabeza, agradeció. Bebió el agua con lentitud, sin saber realmente qué hacer ante aquella situación. Le colocaron un plato de sopa en la mesa para que cenase tranquilamente. Megan lo miró como si fuera de otro mundo, llevaba mucho tiempo sin comer. En el hospital la habían alimentado a base de vías.

–Gracias...–Murmuró, tímida. Neil se sentó delante de esta, a lo que Holly y Ronald decidieron seguirle. La muchacha comió con gusto, degustando el líquido que se deslizaba por su garganta. Quiso comer lento pero no pudo, hambrienta. El hombre mayor trató de no reír,gustoso de verla disfrutar, mientras que la mujer sintió un extraño sentimiento de querer protegerla de aquel mundo, notando las heridas de su rostro.

Ya era una más en la familia Newman.

Esa noche, Megan tocó las sábanas nuevas de su cama, acariciándolas. Sus ojos tenían rastros de lágrimas. A su lado recordó a Hann y se sintió miserable. Ella no se merecía todo aquello, no necesitaba una familia, porque la suya había muerto. Extrañaba a su hermano pequeño, tanto que no consiguió dormir. Se quedó allí quieta, llorando en silencio e imaginándose que él vivía, aunque solo fuera en su corazón.

Hasta que llegue la paz Where stories live. Discover now