Capitulo 13: Muerte.

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Ronald cubrió a la joven con una manta que había tomado en su despacho. Por mucho que había insistido en llevarla a casa, ella no se movió de comisaría. Quería quedarse hasta que Jackson muriera, por lo que al ver sus ojos hinchados y la debilidad de su cuerpo delgado, no pudo negárselo más.

Él también estaba cansado pero tenía demasiado trabajo.

Sentado en el escritorio, la observaba dormir en el sofá, tenía algunas heridas en el rostro y su cabello estaba recogido en una desarmada coleta, a pesar de estar hecha un desastre, para el adulto, estaba hermosa.

Al principio le había costado calmarla. La joven gritó, se arañó y golpeó las paredes con furia. Experimentó todo el peso del mundo caer sobre ella, y necesitó respirar. Él solo la pudo abrazar hasta que cayó rendida.

La joven quería poder suplicarle que no matasen a su hermano, buscar la piedad en los brazos de Ronald y prestarse voluntaria a morir por él, pero Jackson no se lo merecía, además Hann se entrometía en su decisión.

Su dulce niño. ¿Por qué tenía que haber sido él?

Cuando terminó los trámites de los prisioneros, se acercó al cuerpo agotado de la joven y se sentó en el suelo, admirándola descansar en su mundo. Se preguntó si estaba soñando algo tranquilo.

Al menos, las pesadillas no la atormentaban esta vez. Había sido un día duro y lo último que quería es que Megan sufriera más.

La noche transcurría sobre ellos y sus corazones desolados.

Ronald comenzó a sentir como sus párpados pesaban, acomodó su cabeza en el cojín del asiento y cerró los ojos dispuesto a tranquilizarse un poco. No pasó mucho tiempo para que cayera en los brazos de Morfeo.

La adolescente entreabrió los suyos y lo examinó, el soldado mantenía una posición bastante incómoda, suspiró y llevó sus dedos hasta el cabello del adulto, le retiró varios mechones del rostro, despejándolo.

No pudo evitar sonreír.

De su boca salían pequeños suspiros y eso a la chica le pareció tierno. Siempre lo veía tan duro que apreciar aquel lado suyo le encantaba. Dejó sus yemas en el cabello de Newman y volvió a acomodarse, acariciándolo.

Quiso detener el tiempo, tal vez así no tenía que enfrentarse a la realidad.

Cuando Megan despertó a la mañana siguiente, Ronald ya no estaba

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Cuando Megan despertó a la mañana siguiente, Ronald ya no estaba. Lo buscó con la mirada por el despacho pero no había rastro de él. Se incorporó con cuidado y bostezó.

Notó como un escalofrío le recorría la columna al recordar los sucesos del día anterior. Parecía lejano pero a la vez notaba como si siguiesen ocurriendo.

El fuego la sofocaba y el gas no le dejaba respirar.

Apretó los labios, abrazándose a sí misma.

–Megan.–Una voz la llamó y su campo visual encontró a Neil, entrando por la puerta.

Estaba preocupado y su rostro mantenía una expresión sorprendida al verla ahí. El mayor de la familia Newman caminó hacia esta y colocó su pulgar en la herida mejilla de la muchacha, esta gimió por el dolor, apartándola con rapidez.

–¿Has dormido aquí?–Preguntó y la aludida asintió sin pronunciar ninguna palabra. –Debes volver a casa, estar en este lugar no te hace ningún bien.–Buscó en la joven algún gesto de aprobación, sin embargo, esta cambió la mirada hacia sus zapatos.

Deseó poder volver al hogar junto a Holly, aún a pesar de ello, no podía abandonar a su único hermano, al menos no sus últimos días.

–¿Qué hora es?–Megan lo miró con arrepentimiento en su iris.

El mayor suspiró y le echó un vistazo a su reloj.

–Las once de la mañana.–Contestó.

La joven asintió. Notaba la molestia de Neil, él no quería que estuviera ahí, no era lugar para ella y menos sabiendo que aún necesitaba mejorar psicológicamente, no era estable. 

La dejó sola después de ser llamado por Bale y Megan tomó la mochila que aún llevaba consigo, abrió la cremallera y dejó un sobre en la mesa de Ronald. Días antes había decidido dejarle sus agradecimientos por escrito. No era buena al hablar, se sentía torpe y a veces se trababa con las palabras, aquella fue la razón por la que decidió escribirle una de sus noches de insomnio.

La puerta volvió a abrirse y Ronald entró con varias bolsas en los brazos. Las fosas nasales de la muchacha captaron el dulce olor de la comida y su estómago rugió delatándola. El de ojos grises sonrío, tomando asiento en el escritorio. Megan lo imitó y cooperó en sacar las cajitas con el desayuno.

–¿Cómo te encuentras hoy?–Ronald estaba intranquilo por su estado, no le permitía llevarla al hospital. Su cara tenía severos cortes pero la joven era indiferente.

No supo que contestarle.

Había momentos que recordaba como Jackson la había mirado al descubrir el fallecimiento de Hann, y otras, la rabia le consumía por el destino que había escogido. Se lo merecía, pero ella no quería.

–Bien.–Mintió y comenzó a comer en silencio.

El hombre asintió, no creía su respuesta. Comenzaba a conocerla lo suficiente como para saber que le dolía, y aquello, evidentemente, era el peor golpe que se pudo dar.

–Neil me ha ordenado que te lleve a casa, Megan.–Informó al terminar de desayunar.

La nombrada apretó los puños impotente. ¿Acaso nadie la escuchaba? Eran dos días. ¿Tanto les molestaba su presencia? El enfado golpeó sus costillas.

–No haré ruido.–Replicó.

–No es eso...

–No molestaré, no me moveré, no...

–¡Ese no es el problema!–El soldado alzó la voz. Megan agachó la mirada, avergonzada y Ronald se arrepintió al contestarle así.–Dios mío.–Se llevó las manos al pelo revuelto y se dio fuerzas a sí mismo. La situación se le estaba escapando de las manos.–No podemos verte así. ¿No lo entiendes?–Se le rompió la voz.–Estas herida y necesitas descansar en casa, con alguien que te pueda cuidar correctamente.

Megan se dio cuenta de la desesperación en el rostro del soldado, la necesidad de que lo comprendiese.

–Es mi hermano.–La joven argumentó. El dolor que empleó hizo que fuese más difícil para el militar.

–¿Y tú? ¿Qué crees que eres para nosotros Megan?–Establecieron un intenso contacto visual, los ojos grises de Ronald querían decirle algo que no comprendió, ella, buscó la respuesta sin éxito.

–Quiero estar con él, solo estos días.–Suplicó pero esta vez más débil, apunto de darse por vencida.

–Te traeré las veces que hagan falta.–Prometió aún sin dejar de mirarla.–Lo haré si es necesario, pero deja que mi madre te cure las heridas.

Megan dudó unas milésimas de segundo antes de asentir, derrotada.

Hasta que llegue la paz Where stories live. Discover now