EL MORIR CALMO

1 0 0
                                    

Me es el gradual vivir

una lluvia de lo que aún

no es el allá.

Soy, soy y soy

y nunca he regresado de lo mustio

muerto, del decir o del no decir,

de la separada proximidad de algo

sobre mi huir lastimado.

Nada va a alejarse siendo; las rodeadas

cosas se me morirían conmigo.

¿Cómo podría yo dejarme en esa vastedad?

¿Cómo podría yo rendirme

a todos los hielos reunidos

en mis ojos solos, en mis incendios

y en mis prontitudes?

Oh ¿cómo podría yo abandonarme

hasta hacerse lejano mi presente?

Recupero el nunca dejar y mi dicha

dura cuanto las espadas sobre las pieles;

desaparece la noche debido

a ningún día.

Recupero lo de los estíos

cuando el lado más mío de los mares

es el lado cuyo oscuro debe

derruirse sin haber sentido

jamás el umbrío silencio

de las estrellas:

a ese canto dejo las singladuras.

Es tanto el morir y el suceder,

que apenas pueden ser las cosas

en lo que se nos refleja del mundo.

Reminiscencias de aquello ido,

se me van abandonando de las manos

a la oscuridad que han establecido

el fulgor de los mármoles en mí.

Cierran la noche unos ojos

que son los míos, los abiertos

por las tristezas tenidas;

se deshacen las estatuas

demasiado ciertas cuando estoy sabiendo

que el olvido me ha sido demasiado

un sueño para agonizar

su significado.

La anochecida nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora