VERDUN

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De nuestras flores es el habitado daño,

el común sepulcro:

La carga multiplicada

de crines y frescos instrumentos

y de cosas que se han rendido

a su dominio plateado antes del tiempo;

no pertenecer ya a la carne

sino como el borrado

ardor de nuestras cenizas:

ocurrirán allí las pieles últimas,

el ambiente plañidero

de los ojos que han contemplado

beldades y no huesos.


Es esta la vulnerable

forma de recuperar continua la

espera. Así esperan

dilatados los campos que algún día,

de antiguas tempestades,

sus precisiones otras venas

sintieron.

Y el amaranto establece el color

herido de haber nacido vivos.

Somos el pétalo descendido

y muerto de haber llovido sobre

estas tierras

donde estuvieron desde siempre

muertas las rosas ya nacidas.

Y al desenterrarnos de nuestra sangre,

y al recordar que hemos amado

a seres humanos como nosotros,

esta hondonada de crepúsculos

suplicados y de mares por los fuegos disipados,

habrá concluido el bronce

y el estandarte en las manos

y no sucederán ya más los instantes

en este sueño que pudo no haber sido soñado.

Ojalá olvidemos cómo siquiera olvidar.


La anochecida nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora