PLAZA FRANCIA

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Ahora el mar me quiere sufrir.

No podría yo sangrar

en las evocaciones de mis lágrimas

una despedida tan dolorosa como

el sufrimiento de verte lejos

y sin mí y sin mis días

y sin mis labios que aguardan

tus labios y no los merecen y

no lo harán nunca.

Se apiadan de la oscuridad

sepulcral de estas estatuas,

el dominio de tu sombra dejándome

en el primer comienzo de la muerte;

las separadas redenciones de los cuerpos

deberían defenderse de las noches

en que moriremos por la lejanía.

Entonces se nos han oscurecido

los ojos en el Tiempo, en el pronto

suplicio del respiro;

se nos han lavado de las lágrimas la lluvia

y del mismo Tiempo que no nos perpetuó

en su requerido fin.

Debimos ser los siglos y el hierro, pero ahora

es mi soledad y la tenuidad de las calles

donde perdono todavía.


Y lo veo y lo siento y lo rozo

al punto del universo donde se fue

mi vida como si desprendida sangre

brotara de un llanto: este punto

existe y existió en su antes

y existirá cuando mi reposo

me revele el armado bronce y las flores

arrancadas de la vida.

Oh el ser alguien, ante la eternidad, ante

su pulso me muero, ante el nombre.

Mi dolor crea una sombra muerta

en las seculares formas de Buenos Aires.

Ya no significo sino la necesidad

más triste de estar muerto.

Así te me vas como una emancipación

perdida e incendiada que se pierde.

Oh el haber sido yo en tu vida:

íbamos a ser la ceniza junta.


La anochecida nocheWhere stories live. Discover now